El espacio es, probablemente, la mayor fuente natural de misterios y enigmas que podemos encontrar a día de hoy. Durante los siglos XX y XXI se han realizado descubrimientos que nos han obligado a romper por completo los estereotipos y teorías sobre nuestra forma de ver y comprender el Cosmos. El hallazgo de grandes capas de hielo en los satélites Europa y Encélado, pertenecientes a Júpiter y Saturno respectivamente, sumado a la aparición de agua helada en los polos de Mercurio son algunos de ellos. El último en sumarse a esta curiosa lista ha sido el planeta enano Ceres. Situado entre las órbitas de Marte y Júpiter, este pequeño cuerpo celeste descubierto en 1801, ha revelado dos curiosos descubrimientos de los que ha sido testigo la sonda Dawn, enviada por la NASA para tomar fotografías del mismo hace más de siete años. Y la espera ha dado frutos realmente impactantes. En primer lugar, la aparición de numerosos y misteriosos puntos brillantes. La mayoría de ellos situados en un cráter de 90 kilómetros de diámetro. Y, aunque en principio se considera que están formados por algún material reflectante como la sal o el hielo, los científicos de la agencia espacial estadounidense no descartan ninguna teoría respecto al origen y composición de los mismos. Por si fuese poco, a este hallazgo hay que sumarle otro aún más espectacular; la aparición de un montículo de 5 kilómetros de altura y con forma piramidal. Lo insólito de este hecho no es la magnitud ni el tamaño de la montaña, si no su situación, ya que sobresale en una gran planicie y muestra pendientes de una gran pronunciación. Las instantáneas realizadas por la sonda Dawn se han tomado a 4.400 kilómetros de distancia, pero en el mes de agosto la misma se aproximará a menos de 1.500, y será entonces cuando tengamos imágenes más detalladas de estos hallazgos. Y, aunque encontremos respuestas a estos acontecimientos, lo más probable es que aparezcan aún más preguntas por resolver y se abran más páginas en los enigmas de nuestro firmamento.