El histórico referéndum griego sobre las medidas de la troika ha conculcado usos y costumbres más que asentados en el juego político europeo. Y es que no puede haber nada más sacrílego, en un marco político abiertamente neoliberal, que consultar a la ciudadanía sobre medidas económicas. La economía debe ser, según esta visión de las cosas, un ámbito de decisiones expertas, muy alejado del espacio de la discusión pública. Al fin y al cabo, la economía política fundada por Adam Smith en el siglo XVIII reivindicaba la plena autonomía de la esfera económica y desaprobaba cualquier injerencia política en un espacio que se regía „teóricamente„ por leyes y principios propios tan universales e indiscutibles como los de las ciencias naturales. Y ese sigue siendo el espíritu con el que se creó el Banco Central Europeo, cuyo mandato no va más allá del control de la inflación a través de la regulación monetaria. Puro ordoliberalismo alemán.

Pero el órdago lanzado por Alexis Tsipras también ha servido para conferir un inusual protagonismo a uno de los ejes programáticos de la derecha radical europea: el problema que supone conjugar la unión monetaria europea con el ultranacionalismo abanderado por dichos partidos. Por eso el portavoz de Amanecer Dorado, Ilias Kasidiariss, no ha perdido la oportunidad de hacer electoralismo, ante la perspectiva más que plausible de un adelanto electoral que les beneficiaría si Syzira no supera esta crisis. Los neonazis griegos son el tercer partido más votado, incluso con la mayoría de sus líderes en prisión por participar en diversas actividades criminales. A pesar de tener una estructura organizativa propia del Tercer Reich y de sostener principios abiertamente racistas de inspiración hitleriana, la Constitución helena impide su ilegalización.

También Marine le Pen ha aprovechado la ocasión para remachar su discurso eurofóbico afirmando que la del no es «una victoria del pueblo contra la oligarquía de la europea». Y es que la presidenta del Frente Nacional „fuerza más votada en las últimas elecciones europeas„ no sólo es partidaria de que Francia abandone la zona euro, sino que reclama un referéndum para decidir si debe permanecer en la Unión política. Unos postulados cuanto menos paradójicos, porque su formación forma parte del Parlamento con 22 diputados y recibe por ello cuantiosas ayudas. No es la única contradicción, sin embargo: Le Pen asegura luchar denodadamente contra la corrupción mientras la Oficina Europea contra el Fraude investiga un posible uso irregular de fondos del Parlamento Europeo por su partido.

Pero la contradicción parece ser el santo y seña de la nueva política internacional, que hace extraños compañeros de cama. Vladimir Putin, por ejemplo, sabe perfectamente que los partidos radicales de extrema derecha desestabilizarían la Unión Europea llegado el momento. Y por eso les avala económicamente, permitiéndoles así sortear el ninguneo al que les someten la mayoría de bancos europeos. Por eso no es casualidad que hace unos meses Moscú organizara unas jornadas conjuntas con los representantes radicales europeos para afianzar sus ataques institucionales a gais y musulmanes