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Irán emergente

El pasado 14 de julio podría haber marcado un punto de inflexión en la historia de Irán (y, de rebote, en Oriente Medio y el resto del mundo): la firma del acuerdo entre el régimen de los ayatolás y las potencias nucleares del Consejo de Seguridad de la ONU (más Alemania), por el que los primeros se comprometen a desarrollar un programa atómico «de carácter exclusivamente pacífico», puede tener notables consecuencias económicas y políticas.

Aunque Irán no ha conseguido todos sus objetivos (por ejemplo, se mantiene el embargo sobre la venta de armas durante cinco años más), el régimen dirigido por Hasan Rouhani puede verse beneficiado por un importante flujo inversor (que le serviría para modernizar sus estructuras petrolíferas o industriales, sin olvidar al obsoleto aparato militar), a través de la entrada de multinacionales.

Sin embargo, el cambio más relevante puede ser político: con el reciente acuerdo, Irán pasa a ser reconocida como una potencia regional (en clara competencia con su gran rival suní, Arabia Saudí, además de Turquía). Una influencia que podrá ejercer en aquellas zonas convulsas donde tiene intereses en juego: como Irak (donde intervendrá más activamente en apoyo de sus autoridades, para expulsar a los extremistas de Estado Islámico), Siria (apoyando a su aliado El Asad), Yemen o Líbano (con minorías chiíes a las que defender).

La consecuencia de ello será, probablemente, un mayor repliegue de Estados Unidos en la zona (especialmente, si prosigue su autosuficiencia energética, a través del desarrollo del fracking). Y un obstáculo final: Israel y Arabia Saudí, grandes opositores al pacto nuclear, influirán para que este no llegue a buen término. Habrá que ver, por tanto, si el Irán emergente se consolida.

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