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Nadie elige sus orígenes

Yo no he elegido ser español, Schäuble no ha elegido ser alemán, Tsipras no ha elegido ser griego», leo en el hilo a un post del blog Nada es gratis. Me parece una idea acertada: nadie escoge sus orígenes y, aunque influimos sobre nuestro destino, sólo en parte decidimos sobre él. Ese realismo sensato conforma uno de los reductos básicos del conservadurismo: el tiempo nos mejora o nos empeora de acuerdo a nuestros esfuerzos individuales y colectivos, según las virtudes y los defectos, según el azar, los incentivos y la inteligencia; pero no puede emanciparnos por completo del pasado ni tampoco del presente. El sabio Edmund Burke anotó en algún lugar de su obra que la vida de cada hombre depende, en gran medida, de algo tan singular como el modo en que fue concebido. Al nacer nos insertamos en un tejido orgánico que nos envuelve y nos nutre, que va mucho más allá de nuestra individualidad. En el momento mismo de la procreación „nos dice Burke„ se decide algo más que la vida: también el cartón con los números de la misma. No todos, por supuesto, pero sí bastantes. Los suficientes como para no ser irrelevantes.

Esto debería servir para inmunizarnos en contra de los postulados de la demagogia. Nada empieza de cero, nada se origina in vitro. Casi todo, en cambio, admite la necesidad de la prueba y el error, de la reforma y de la mejora. ¿Cómo actuar ante los problemas clave de la política? Para Burke, la paz social y la prosperidad de las naciones dependerán de la respuesta que demos a esta cuestión. ¿Hay que acudir a soluciones teóricas que aspiran a rediseñar totalmente la realidad o, por el contrario, conviene ir testando, depurando y mejorando lo que ya se tiene? ¿Puede uno, de repente, dictaminar que sus limitaciones ya no son suyas y que décadas de gobiernos irresponsables ya no tienen ningún peso? ¿Es de recibo que un presidente como Tsipras opte por no respetar la legalidad internacional y renuncie a las consecuencias de la soberanía compartida, con los bancos quebrados y las cuentas públicas en bancarrota? ¿Cabe creer honestamente que el resto de sus socios le aplaudirán sus ocurrencias sólo porque el problema es demasiado grande? ¿Podía Rajoy, con un déficit por encima del 10% en 2011, hacer algo distinto de lo que hizo? Pudo haberlo hecho mejor, sin duda; pero no muy distinto. Cuatro años después, y a la vista de Grecia, salvar los muebles fue ya un éxito.

Suceda lo que suceda en España y en Europa en los próximos años, es importante no perder de vista la aburrida sensatez del realismo. Y el realismo exige más Europa y no menos, más soberanía compartida y no nuevas fronteras, más reformismo y menos populismo de derechas o de izquierdas. La UE se ha afianzado de este modo, al igual que la España democrática surgida de ese enorme éxito que fue la transición. De la estabilidad y de la calidad institucional procede la confianza; de las revoluciones de salón, en cambio, surge el caos, como hemos podido comprobar después del absurdo referéndum convocado por Tsipras y que sólo ha servido para endurecer, hasta la humillación, el documento final del acuerdo. Grecia necesita urgentemente una reestructuración de la deuda, y un nuevo y generoso paquete de ayudas. Pero el resto de la Unión también precisa un gobierno griego responsable que acepte las reglas del juego y no se dedique a experimentar con la teoría de juegos alla Varoufakis. La falta de realismo se paga con malas políticas y décadas de pobreza. O lo que es lo mismo: quien termina sufriendo el diletantismo de los gobiernos es el pueblo.

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