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Matías Vallés

Pobre Casillas, otro emigrante

El Madrid le niega una despedida gloriosa al jugador con mejor currículum de la historia blanca. A cambio le paga seis miserables millones de euros, el salario medio de trescientos trabajadores en un año.

Luis Sánchez-Merlo nunca ha permitido que los dogmas le nublen la ironía. Al decretarse el corralito bancario griego, el secretario general de La Moncloa con Calvo Sotelo me transmitió de inmediato su angustia, porque «cómo podrá vivir el armador Goulandris con sesenta euros diarios». En efecto, la compasión por los opulentos ha sustituido a la admiración de sus gestas. En España participamos de la tribulación por los multimillonarios, al contemplar el sufrimiento de Casillas. El Madrid le niega una despedida gloriosa al jugador con mejor currículum de la historia blanca. A cambio le paga seis miserables millones de euros, el salario medio de trescientos trabajadores en un año, como si el dinero compensara el maltrato infligido.

Las lágrimas que compartimos con Casillas nos impiden apreciar los ribetes pornográficos de la conmoción colectiva. También nos permiten desnudar a Florentino Pérez. Tras entrevistarle en los albores de su primer imperio, sacrifiqué la honestidad periodística al madridismo militante, para omitir mi impresión de que nos hallábamos ante el entrenador absoluto. El pálpito se ha confirmado con creces, el protagonismo asfixiante del presidente blanco identifica su cacareada discreción con el disimulo de un egoísta.

La inmolación en serie de Del Bosque, Raúl, Hierro o Casillas no obedece a singularidades tan esotéricas como la fealdad del entrenador o la infidelidad del guardameta a las confidencias del vestuario. Simplemente, Florentino polariza la atención. Ni siquiera repartió con el club las críticas a su destierro del guardameta, «porque me atacan a mí». El ingeniero no ha entendido el discurso elemental sobre el talento y sus caprichos. El presidente burócrata del Madrid está convencido de que marca goles; al espiar su sueño se observaría que menea la cabeza en el gesto inequívoco de un testarazo. Florentino se agita con la frustración de quien no encuentra metas para su ambición, porque las ha coronado todas. Esta ofuscación se llama vejez, dentro y fuera del estadio. En cuanto a Casillas, gana a diario lo que un español en dos años. Aunque el día sea festivo, aunque el guardameta no esté para fiestas.

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