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Puertas inmateriales

Las fugas carcelarias no han perdido su capacidad de fascinar, sobre todo cuando se efectúan a través de un túnel. Ahí está la de El Chapo, cabeza visible del cartel de Sinaloa, que se coló por el desagüe de la ducha (como cuando arrojamos al niño con el agua sucia), se introdujo en un conducto de kilómetro y medio (una suerte de vagina donde le esperaba una moto) y se nació a sí mismo, resultando ser niño y gánster. Hay bebés que vienen al mundo con un pan debajo del brazo y adultos que aparecen sobre una Toyota. Pero aquí lo que hipnotiza es el túnel porque cuando estás a mitad de la noticia el agujero literal deviene metafórico. Ello se debe a que el túnel por excelencia es el que conduce a uno mismo. Ignoramos si El Chapo llegó a sí mismo en esta vuelta al mundo, porque para eso hace falta imaginación, pero es seguro que mientras recorría los mil quinientos metros que le separaban de la realidad exterior, se enredó en un monólogo emocionante.

Comentando con mi psicoanalista el asunto de la fuga, estuvimos de acuerdo en que la terapia consiste básicamente en la construcción de un túnel (a veces de varios) por los que se alcanzan las entretelas de la memoria y los penetrales de la conciencia. Está uno ahí, tumbado sobre el diván, como si no hiciera nada, y resulta que está cavando un agujero por el que avanza a ciegas, un agujero sin apuntalar, sin luz eléctrica ni de ninguna otra clase. Progresa uno arrastrándose por la galería de las represiones que llevamos dentro y de súbito se alcanza una puerta, al otro lado de la cual se escucha de todo: a veces, las expresiones de desesperación provocadas por los orgasmos de los padres y a veces las conversaciones silenciosas que se tienen delante de los muertos. No sabe uno si al otro lado se está celebrando un funeral o una orgía.

La cuestión es si abrimos la puerta o no. Hay sesiones en las que apenas se atreve uno a mirar por el ojo de la cerradura y sesiones en las que daría una patada a la puerta. También hay algunas en las que se da uno la vuelta prudentemente y regresa por donde ha venido a la cárcel psicológica que le llevó al diván. Bueno, en todo caso, el túnel siempre es subterráneo, para no alterar el mundo superficial. El mundo.

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