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"Cecil" y las raíces de lo humano

Todos hemos visto la fotografía de Cecil muerto melena en tierra y su ejecutor con una sonrisa luminosa orgulloso de su felonía. Todos recordamos a nuestro rey emérito junto al hermoso elefante que acababa de batir en su cacería de África, sin sonrisa, pero simbolizando igualmente el latrocinio. En un ensayo de 2001, Mario Vargas Llosa define todo esto como «las raíces de lo humano». Una magnífica disección del libro «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad, un auténtico exorcismo de lo que el hombre es capaz de hacer en África. Hace solo 130 años, los colonizadores en el Congo a las órdenes de Leopoldo II de Bélgica expoliaron, mutilaron y asesinaron hasta dejar en la mitad a la población aborigen y posaban con lo negros encadenados a sus pies como ahora lo ha hecho el célebre odontólogo Walter Palmer o el propio Juan Carlos I en su fatídica cacería de Botsuana.

Llosa lo define en el citado trabajo con maestría: «"El corazón de las tinieblas" trasciende la circunstancia histórica y social para convertirse en una exploración de las raíces de lo humano, esas catacumbas del ser donde anida una vocación de irracionalidad destructiva que el progreso y la civilización consiguen atenuar pero nunca erradican del todo. Pocas historias han logrado expresar, de manera tan sintética y subyugante como ésta, el mal». Siglo y pico después, la trata de personas, el expolio de recursos naturales y la extinción de especies endémicas continúa. La obra de Conrad está siempre fresca porque aunque se sitúa en África, desnuda la crueldad de la civilización occidental.

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