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En torno a la sabiduría

En la época en que 140 caracteres son capaces de zarandear lo que se le ponga por delante hay a quien le ha dado por subir al escenario de un teatro a cineastas, premios Pulitzers, cronistas de viajes y periodistas de investigación, entre otros, para que se explayen sobre las historias que cuentan. La idea se le ha ocurrido lógicamente a una casa de ron y lo cierto es que los testimonios, además de situar, resultan delirantes. Me quedo con el de Rubén Amón a cuento de los tertulianos. Teatralizando la puesta en escena, se resiste a admitir que lo es pero, ayudado por la interpeladora y por el Havana 7 supongo, lo admite y desmenuza la morfología de este especímen que puebla la salita de estar: «Quiero que sepan que el tertuliano tiene familia. El tertuliano Maluenda no sé... O sea que ja, ja [en respuesta a las risas del patio de butacas], tampoco. Y luego el tertuliano tiene cualidades dignas de apreciarse: ¡Salud! El tertuliano no enferma. No se lo puede permitir porque siendo autónomos como somos, incluso autómatas, necesitamos comparecer. El tertuliano tiene la piel de amianto porque la sobreexposición de los focos en La sexta noche no saben ustedes lo que representa. El tertuliano posee gran sabiduría, aunque depende mucho de la cobertura del iPad. El buen tertuliano lo primero que hace al entrar al plató es pedir la clave de güifi y, como Plácido Domingo, goza del don de la ubicuidad. Los tertulianos nos desdoblamos en platós a la misma hora sosteniendo posiciones distintas». Pero, para completar el panorama patrio, es verdad que con 14o caracteres sobra a veces. Así lo ha demostrado esta semana Pérez Reverte que, acompañando la foto del tramo de estantería correspondiente, colgó esto en Twitter: «El corte inglés me ha puesto al lado del libro de Olvido Hormigos. Les agradeceré que no me la pongan encima». Pues sí.

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