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Más sobre crisis y refundaciones

La crisis como oportunidad quedó clara, a mi juicio, a propósito de las propuestas de revisión constitucional, estatutaria o incluso de las mismas instituciones europeas (Levante-EMV, 5 de julio de 2015).

Menores, las refundaciones suelen ser más complejas, toda vez que afectan a instituciones políticas, sociales, económicas con hábitos y estructuras rígidas. Su reforma choca con intereses colectivos o lo que es peor personales, trabados con el hormigón de la permanencia, de la escalada individual.

Partidos, sindicatos y patronales están necesitados de una refundación al menos en razón de la oxidación de sus mecanismos, lo anacrónico de sus planteamientos y objetivos. El cambio es colosal; al decir de Judt, si cambian yo he de cambiar mi modo de pensar, lo que suscribo sin menoscabo de las convicciones como hizo el autor de referencia.

Paniaguados a quienes nadie interpela en la calle, en el autobús o en el metro, entre otras razones porque no los frecuentan, pueden aducir aquello de que el partido (el sindicato, la patronal) me lo dio todo. Cierto. En algunos casos, en el mercado no hubieran gozado ni de un contrato basura. Otros, más avisados, enlazaron puestos, sentaron plaza burocrática o alcanzaron pingüe puerta giratoria, incluso todo a la vez.

Resultado: la repetición de personajes clónicos, la rutina cotidiana ante un mundo en cambio acelerado. Con nuevos actores en las ideas, en las propuestas, en el espacio geoestratégico, con perspectivas más amplias, de comunicación instantánea. La estática local, valenciana y española, pese al vuelco electoral de mayo de 2015, contrasta con el dinamismo en gran parte de nuestro entorno político e institucional, el europeo.

Algunos, de modo precipitado, enterraron primero al marxismo, de inmediato a la socialdemocracia. Puede que tengan que arrepentirse de tanto apremio necrófilo de la misma manera que ya parece que otra forma de nacionalismo local, asimismo enterrada precipitadamente, emerge de entre las cenizas de tantos intentos pretéritos a derecha e izquierda. En las ideas políticas conviene algo menos de apremio: costó siglos alcanzar algunas cotas de libertad y de igualdad desde las proclamas griegas tan actuales para pasar a formar parte de las revoluciones americana y francesa.

Italia, siempre creativa, se aplicó. De los escombros de todos los partidos democráticos emergió el PD, que acogió incluso a una parte de la militancia democristiana. Los franceses, algo más cínicos, maquillaron a la derecha y se revistieron del hábito républicain, con sus reaccionarios para aislar el lepenismo. Los alemanes se ampararon los unos a los otros, con sus cajas de ahorro, sus länder, en una coalición que salvaba los muebles y ocultaba las vergüenzas. De los nuevos socios de la UE, mejor dejarlo para otra ocasión: la precipitada ampliación teutónica al Este no es precisamente espejo de virtudes.

Nos interesa aquí y ahora, lo nuestro. La presencia de la cultura franquista, al igual que los entierros prematuros a que me he referido, continúa presente. Primero, como antipartido, antisindicato, el llamado rechazo a la política. En segundo lugar, como instrumento del pasado para condicionar el presente. Incluso en el seno de los partidos constitucionalmente obligados a preservar los derechos de los afiliados, no digamos ya de los simpatizantes meros invitados de piedra incluidos los primarios.

Debates en torno a ideas y demás vienen a ser el adorno imprescindible a todo congreso, asamblea o conferencia, a la manera de apéndice, por cierto con menor relevancia que un cambio de logo publicitario. De lo que se trata es de mantener el control sobre las cuotas de poder, procurar que el electorado escuche aquello que desea y renueve su confianza en quienes solo van a lo suyo.

Las formaciones llamadas emergentes podrían discurrir por idéntico camino y dan signos en algunos casos de resurrección de las peores formas de totalitarismo, lo que no inspira tranquilidad. El discurso en algunos casos va del joseantoniano a la síntesis entre la Iglesia Católica y el leninismo. Nada bueno.

La refundación, desde mi punto de vista, ha de venir de los pilares de la reconstrucción europea y del nacimiento de la misma Unión Europea: la socialdemócrata y la socialcristiana. Al margen de las aventuras neocon, tan ajenas a la tradición democrática continental como peligrosas para la estabilidad, la seguridad, la cohesión social. Las dos clásicas, ejemplares en la historia europea desde 1945, con la memoria viva del desastre cuando se desviaron. Lo demás es el nuevo estado, estado novo, hombre nuevo, cuando ya sabemos adónde nos condujeron estos engendros.

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