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Feria Valencia, la ballena varada

Qué atrás quedó aquel instante suspendido en el tiempo en el que el actual presidente de la Feria, José Vicente González, pronunció en voz alta un pensamiento que empresarios, políticos y periodistas ya habían manejado en algún momento: «Ya vale. Cerremos Feria Valencia». Seguramente, González se arrepentiría instantáneamente de su pensamiento verbalizado. Demasiado incorrecto políticamente, demasiado evidente dentro de la lógica empresarial. En todo caso, metía el dedo en la gran llaga económico financiera de esa institución que pesa sorbe la castigada espalda de los contribuyentes valencianos. Otra herencia de deuda y sobredimensiones, de comisiones y financiación irregulares, de lujo y oropel al que muchos nunca nos acostumbramos durante el mandato del PP desde el minuto uno de su acceso al poder autonómico hasta media hora antes de abandonarlo.

Porque aunque no nos guste escucharlo o, peor, saberlo y pensarlo, la Feria de Valencia del siglo XXI es lo que es: una gran mole de hormigón vacía, construida para la mayor gloria de su arquitecto, de la alcaldesa, de los seguidistas miembros del patronato y, especialmente, de los promotores favoritos de la edad de oro de la burbuja, entonces verdaderos mandamases. Un mamotreto

„con perdón para tantos que se han dejado y aún lo siguen haciendo su esfuerzo y talento en el trabajo ferial„ ruinoso, en decadencia, sin expectativas claras (con las excepcionales excepciones de esos macrocertámenes construidos a base de juntar piezas perdidas). En fin, una boutade mal pensada, mal diseñada y mal parida. Gracias, Rita, por ese pesado fardo que dejaste sobre las espaldas de todos. Viajes, regalos y excesos, mucho Alberto y mucha Belén, el caso es que al nuevo gobierno de izquierdas que debe hacerse cargo de este regalo envenenado le ha caído encima un marrón difícil de lidiar.

Es cierto que ahora hay que pensar en presente y futuro y tomar decisiones. O sea, lo que se viene a llamar «necesitamos un plan». En realidad, el plan ya existe y lo desarrollaron el propio José Vicente y su asesor y mano derecha, Enrique Soto, director de la institución y hombre en la sombra que ha devuelto cierta sensatez a la casa y contenido la debacle. La idea era, es, sencilla: dividir la feria en dos partes. Una, con los edificios y la deuda, que quedaría en manos del sector público. Y otra que se responsabilizaría de la explotación del negocio a cambio de quedarse con el personal y pagar un canon anual a la Generalitat en concepto de alquiler y contribución a la deuda. De salida, no parece mal plan si los futuros gestores le echan imaginación a la tarea de intentar obtener rendimiento de un negocio muerto. Aquello no va sobrevivir a base de ferias y certámenes únicamente. En eso están desde hace años y da pena. En todo caso, y en términos generales, desde el lado civil de la vida se ha tenido más imaginación para hacer y abrir vías de negocios que desde el burocrático y casi siempre anquilosado sector público. Así que si un grupo de empresarios privados asume riesgos, se compromete con un canon anual, da garantías y lo cumple, adelante con los faroles.

Aunque todo podría quedar en nada si los hombres de Climent (el singular nuevo conseller de Economía) aguan la fiesta. «¿Cómo que privatizar la Feria? De eso nada. Vamos a promover en ella la expansión de los sectores económicos autóctonos». Olé, ahí queda eso. Tal vez ahora la Generalitat adopte el modelo de nuestros igualmente arruinados vecinos del norte, Cataluña, es decir, una feria también partida en dos empresas pero en esta ocasión ambas públicas y suficientemente subvencionadas con el dinero de todos los españoles (catalanes incluidos). También es cierto que ellos, los catalanes, son diferentes y... un problema, no como Valencia.

Aurelio Martínez, presidente para todo

Qué grande. El profesor y catedrático lleva un carrerón de 20 años digno del mejor «head hunter». En el 95 perdió las elecciones con Lerma y le llamaron de Madrid para presidir el ICO. Poco después lo retiraron pero fue nombrado presidente de los astilleros públicos Navantia. Ahí, intentando construir submarinos. Más tarde, Zapatero necesitó a alguien capaz de sacar a bolsa las Loterías del Estado (Onlae) y ahí estaba Aurelio. No lo consiguió, pero casi. Perdidas las elecciones en 2011, vuelta a casa y a la universidad. Poco tiempo: el Valencia CF reclamó al profesor, quien mareó la perdiz en su fundación hasta que se fue de nuevo a casa listo para la jubilación. Ah, no, que le llaman para presidir la APV. Bárbaro. ¿Qué tiene Aurelio Martínez que tales consensos suscita? En cualquier caso, enhorabuena, profesor. El puerto queda en buenas manos tras el brillante trabajo de Rafael Aznar.

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