Estamos viviendo situaciones climáticas excepcionales: un pico de más de 42 grados centígrados en mayo, la temperatura más alta desde que existen registros, y un mes de julio más propio de Tailandia que de la costa mediterránea, con un calor sofocante y días de humedad relativa de hasta el 90 %, algo absolutamente impropio para dicho mes.

Cada vez resulta más difícil negar lo evidente, que sufrimos las consecuencias de un cambio climático por el exceso de emisiones de gases de efecto invernadero. Algo que hace décadas ya sabíamos que iba a ocurrir, pero se fueron postergando las decisiones que habrían sido eficaces en su momento. En los últimos 25 años se ha producido un aumento global de las temperaturas de 0,6 grados, y no se va a revertir, sino que se incrementará en las próximas décadas a causa de los gases ya emitidos. Pero cuánto más aumente la temperatura global va a ser lo realmente determinante para el futuro de la humanidad. Sabemos por los informes científicos que un incremento de más de 2 grados sería catastrófico, y ya llevamos más de una cuarta parte en menos de treinta años.

Sorprendentemente, casi nadie asume la verdadera magnitud del reto del cambio climático, el más importante de nuestra época. Hemos pasado de su inicial negación, a asumir medidas simbólicas para nada eficaces, pero que parecen descargar de culpa a la sociedad y a las instituciones. Sin ir más lejos, en una mesa redonda que se celebró en la Universidad Politécnica con representantes de los partidos sobre los retos energéticos para la legislatura, ninguno planteó un proyecto realmente eficaz para luchar contra el cambio climático. Una política cuatrienal, cortoplacista, no se lleva bien con este tipo de retos que tienen una proyección a medio y largo plazo. Por otra parte, nada queda de todas las promesas que Camps lanzó en el contexto de la cumbre climática de Valencia en 2007. Por el contrario, hemos visto cómo el PP atacaba y destruía los importantes avances en materia de regulación de las energías renovables en nuestro país.

El cambio climático y la revisión de la política energética no admiten más dilación, de hecho no la admitían hace ya 30 años. Esperamos del nuevo Gobierno autonómico un compromiso real, contando con que las medidas eficaces implican reducciones drásticas de las inercias de consumo actuales, enfrentadas a los intereses de las poderosas multinacionales energéticas. En el entorno ecologista se suele poner como ejemplo el síndrome de la rana hervida para referirse a nuestra tibia actitud frente al cambio climático. Una rana en un recipiente abierto que se va calentando poco a poco no reacciona para salvar su vida, sigue allí, adaptándose al agua cada vez más caliente hasta que se cuece a fuego lento. ¿Seremos nosotros más inteligentes que la rana? De momento parece que no. Y el agua se sigue calentando.