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Aniversarios siniestros

Este año coinciden el 70 aniversario de la muerte de Hitler en el búnker de la cancillería de Berlín y el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y de Nagasaki. Dos hechos siniestros que pusieron fin, con una diferencia de tres meses, a la II Guerra Mundial, un conflicto en el que murieron cerca de 50 millones de personas y dejó un rastro inmenso de dolor y destrucción que necesitó de años de trabajo para mitigar sus terribles efectos. Europa y Japón quedaron en parte destruidas, Gran Bretaña abdicó de su tradicional predominio marítimo y emergió Estados Unidos como nueva potencia imperial.

Los historiadores han especulado mucho sobre la posibilidad de que el conflicto se hubiera terminado antes dada la abrumadora superioridad militar de los aliados en la última etapa de la guerra, pero es difícil saber cómo se hubiera podido articular esa salida. En parte, por la desesperada resistencia de dos regímenes totalitarios (el alemán y el japonés) a desaparecer como tales, y en parte por el interés de Estados Unidos y de la Unión Soviética de consolidar sus conquistas y las nuevas áreas de influencia que dieron paso inmediatamente a lo que luego se llamó Guerra Fría. Tras el suicidio de Hitler, las tropas soviéticas tomaron Berlín y el 7 de mayo de 1945 se firmó la rendición sin condiciones. Tres meses después, tras el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre las indefensas poblaciones de Hiroshima y de Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto respectivamente, Japón se rindió también bajo las mismas exigencias.

La desproporción de este último ataque y el uso de armas de tan espantoso poder destructivo como las bombas atómicas ha dado lugar a numerosas conjeturas sobre el alcance de la decisión del presidente Truman. La postura oficial de Estados Unidos es que con ello se evitó la prolongación de la guerra, pero tampoco faltan autores de ese mismo país, como el escritor James Carroll que lo interpretan como un mensaje a Moscú para que desistiera de planes expansionistas (Rusia no disponía entonces del arma nuclear). Sea lo que fuere, Truman actuó de acuerdo con la nueva perspectiva imperial y atribuyó a Estados Unidos la condición de «directores del mundo», según recoge en sus diarios la víspera de ordenar los bombardeos.

Los que se conceden a sí mismos el papel de «directores del mundo» suelen ser gente peligrosa, tanto consideren que su título deriva de una elección democrática como de un asalto revolucionario al poder. Hitler también se consideraba un «director del mundo» y provocó una catástrofe de dimensiones planetarias en su intento para conseguirlo. En cualquier caso, todavía asombra cómo una nación culta y desarrollada como era Alemania pudiera ser arrastrada a la destrucción por un «desclasado que ejerció de soplón» como anticipaba el periodista Sebastian Haffner en 1939.

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