Ya tenemos otra vez a la extraña pareja engordando el caldo con la pastilla rancia del independentismo; dibujando en el imaginario colectivo la utopía imposible de la segregación política; ofreciendo al público la caja vacía de un estado nuevo con siglos de antigüedad; pretendiendo coronar la demagogia catalana con un trile cuya bolita lleva lustros en la faltriquera del «primo». Cuentan a la gente que sacarán a Cataluña de las garras españolas, como si la gente ignorase que Cataluña siempre ha sido independiente; como si España existiera o hubiera existido; como si entre las regiones de la península ibérica existiera o hubiera existido un proyecto común.

Al parecer, cuando ciertos gobernantes catalanes agotan sus argumentos o acumulan tantas pifias en la gestión que la revuelta popular se vuelve inminente, sacan a pasear el coco español. España nos esquilma. España nos atenaza. España es el hombre del saco. Pero España no es nada concreto. España no ha pasado nunca de invento para marear perdices, llenar bolsas y justificar cuadros, músicas y libros. Pura fábula. Puro biombo. Puro subterfugio. Pura patraña. Fuster utilizó el concepto como cañamazo en que tejer parte de su literatura. Y Unamuno. Y Azorín. Y Ganivet. Y tantos otros. Todo el noventa y ocho hizo uso de la entelequia española para disimular los vacíos de su falta de imaginación. Y no sólo el noventa y ocho: Castro, Albornoz, Pidal y los demás filósofos de la historia se dieron buenos atracones intelectuales a cuenta de la secular abstracción. Ortega, después, tuvo la dignidad cultural de preguntarse honestamente qué puñetas era España, y a partir de aquel momento la palabreja quedó en mera nomenclatura informativa para señalar, en los telediarios, el centón territorial que hay entre la Galia y Lusitania. España es una ficción, una ocurrencia, una excusa, un comodín. Y los gobernantes catalanes que se presentan a su electorado con las manos vacías quieren aprovecharlo una vez más. No cuela. Dejó de colar hace tiempo, cuando las masas cambiaron la ideología por el pragmatismo, el idealismo por la sensualidad y la reflexión por la tecnología.