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Yes, we Trump

Donald Trump intenta demostrar que la popularidad televisiva todo lo puede, incluso la presidencia de los Estados Unidos de América. Lo más probable es que fracase, pero su participación ha dinamitado la campaña por la nominación republicana. A base de hacer ruido ya no es una anécdota pintoresca, sino el gran animador de la carrera electoral que monta el espectáculo a diario. Declaraciones xenófobas, racistas o machistas, meteduras de pata y salidas de tono son el pan suyo de cada día para alimentar a unos medios de comunicación ávidos de show. Donald ya fue protagonista de su reality y sabe lo rentable que resulta ser bocazas en términos de repercusión pública: los televidentes también acuden a las elecciones a divertirse, si se puede. ¡Que inventen ellos! Nosotros ya aupamos a José María Ruiz-Mateos y a Jesús Gil.

El empresario millonario norteamericano ya era una estrella televisiva mucho antes de aspirar a la Casa Blanca y emplea los mismos ingredientes de su éxito para pedir ahora el voto, como si la presidencia de su país fuera el premio de un concurso. La película El show de Truman mostraba cómo sería la vida de alguien que desconoce que todo es un montaje para la pantalla. El de Trump es lo contrario: un montaje para que la vida se adapte a las exigencias de la tele. Con sus estrategias insensatas lidera las encuestas republicanas, marca la agenda política y es el centro mismo del debate. ¿Por qué? Porque está divirtiendo a la audiencia, que pide más madera.

John F. Kennedy fue el primero en aprovechar el poder de la imagen televisiva para llegar a la presidencia y Obama fue pionero en explotar el poder de las redes sociales. Trump puede ser una vuelta de tuerca posmoderna a quien la popularidad televisiva catapulte en la política. No sabemos hasta dónde, pero seguro que le proporcionará dividendos a un personaje famoso por su capacidad de ganar dinero. Si llegara hasta el despacho oval deberíamos prepararnos para ver un espectáculo más cercano a House of cards que a El ala oeste de la Casa Blanca. Malos tiempos para la lírica.

ME ABURRO. Es de lo peor que le puede pasar a Homer Simpson y a cualquiera que se sienta frente a la tele. Cuando lanza su «¡me aburro!» alguna catástrofe está por venir. El aburrimiento es el peor enemigo del televidente, tan acostumbrado a reclamar diversión que se la exige también a los políticos. Si se trata de simplificar eslóganes y ensalzar la popularidad televisiva, deberíamos colocar a Belén Esteban en los carteles electorales y cambiar el afirmativo «Yes, we can» (sí, podemos) por un interrogante metafísico: ¿Me entiendes?

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