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Matías Vallés

Sobran emprendedores

Cuánto dinero sería necesario para que usted abandonara ahora mismo su confortable sofá, y se desplazara al aeropuerto a buscar a un viajero para trasladarlo a su lugar de residencia en la ciudad? No solo tiene que salirle rentable, ha de competir con otros taxistas improvisados que abaratan el precio al aumentar la oferta. En la aceleración electrónica de estos argumentos económicos reside el éxito de la plataforma Uber, y el odio que genera entre los profesionales del transporte. ¿Cuánto tendrían que pagarle, para que usted alquilara esta noche su casa, a cambio de ir a dormir a otro sitio?

La exposición del inviolable domicilio propio al mercado se concreta en las marcas simbolizadas por Hotel Airbnb, el establecimiento turístico más grande del mundo.

En cuanto usted debuta como chófer y como hotelero, se ha convertido en un emprendedor. Literalmente, «persona que emprende con resolución acciones o empresas innovadoras». Servirá pese a la lamentable redacción de la Academia, con sus «emprende empresas» y su retraso cacofónico del objeto directo en «con resolución acciones». La condición de autónomo se queda corta para definir el éxodo masivo hacia la nueva economía, más incierta incluso que su predecesora. Para entender la raíz del fenómeno, hay que dar la vuelta a las preguntas que le tentaron para incorporarse al mundo de los negocios. ¿Cuánto dinero tendría que ganar usted al mes en su ocupación habitual, para que no se molestara con ningún canto de sirena con proposiciones de sobresueldos? Si cada vez hay más personas dispuestas a autodesahuciarse por un precio, algo falla en el mercado laboral ortodoxo.

La cantinela de que sobran licenciados en Historia del Arte está inundando las escuelas de management. En realidad, sobran emprendedores, el término elegido para abrillantar la imagen de la patronal. El volcado masivo hacia esta sacrificada dedicación certifica que los adelgazamientos salariales no solo han alimentado la resignación de las víctimas. La necesidad aguza el ingenio y dispara la avidez por buscar ingresos en la economía del alquiler. Los nuevos emprendedores sacan al mercado instantáneo todas sus posesiones y habilidades, en salvaje competencia con los negocios establecidos y bajo el maquillaje de una atención más humana.

La relativización de la residencia y el automóvil lesiona irreversiblemente el instinto de propiedad. El presidente Bush confiaba a ciegas en que la compra de una vivienda anclaba a un ciudadano en la sociedad circundante, un argumento que desencadenó la burbuja inmobiliaria. El nomadismo propagado por los microemprendedores también cursará con efectos secundarios. No se mira de la misma manera una casa propia en la que ha dormido otra persona, dicho sea en la semana de Ashley Madison. El espíritu innovador transmite un optimismo contagioso, hasta que se repara por ejemplo en los hoteles que padecerán las consecuencias de la multiplicación de habitaciones disponibles. En el recuento final, cuesta creer que los empleos alentados por las iniciativas digitales suplan a la erosión de las grandes firmas.Es posible que se estén repartiendo los excedentes sin creación intrínseca de riqueza.

Cuando todos los adolescentes del mundo decidieron que la música sería gratis por siempre jamás, los expertos escrutaron los errores de la industria del disco que justificaban su desgracia. En general, las conclusiones se ceñían a la hipertrofia de altos ejecutivos, que no tenían nada que ver con el producto musical en concreto.

La hipótesis del caso aislado fue efímera. En un rasgo de romanticismo suicida, los escritores salieron en auxilio intelectual de los piratas. Por lo menos, hasta que el virus de la reproducción gratuita saltó a los libros, a las películas y a toda actividad de la esfera humana. Ni la infranqueable medicina está hoy a salvo de la autogestión gratuita, complementada por los emprendedores ocasionales.

Si todos los ciudadanos deciden ahorrar al mismo tiempo, la crisis está garantizada. Más allá de exploraciones poco empíricas, falta determinar el futuro de una sociedad formada íntegramente por empresarios, aunque emprendedor en paro suena mejor que trabajador en paro. Por lo menos, empieza a saberse que se ha llegado a esta inversión piramidal por culpa de la resolución del contrato social. La insistencia en acentuar sus rasgos inhumanos arrinconó al capitalismo con rostro humano.

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