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Matías Vallés

Gritos y susurros

La experiencia inolvidable de un viaje a Nueva York no reside en una retrospectiva de Rauschenberg en el Guggenheim, sino en asistir a la proyección de un episodio de Scream en la sesión de madrugada de un cine de Manhattan, atiborrado de ruidosos veinteañeros neoyorquinos. En la pantalla, otros espectadores asistían a la proyección del primer capítulo Scream, en un interminable bucle sangriento digno de los grabados de Escher.

La audiencia neoyorquina estaba cultivada en el cine del ahora fallecido Wes Craven. Puntuaban la acción, gritando falsamente horrorizados en los momentos exactos, saludando cada apuñalamiento a cargo de las fantasmagorías con un batir de palmas. Se da por supuesto que nunca hubieran pagado por ver una película de Ingmar Bergman. De hecho, el titular de este artículo pretendía contraponer el grito estrepitoso del director norteamericano a los gritos susurrantes del auteur sueco, como si rodaran en compartimentos estancos.

Nueva York y yo estábamos equivocados. Craven llegó al cine fascinado por Bergman, hasta el punto de que La última casa a la izquierda es una adaptación con formato de homenaje de El manantial de la doncella. Lo cual autoriza a proclamar que la tetralogía de Scream compite en potencia narrativa con la trilogía de El padrino. La escena inaugural de la serie de terror orbita una habitación, con la efectividad escrutadora del claroscuro de la residencia de Michael Corleone en El Padrino II. La única ventaja de Coppola se llama Al Pacino. En este repaso estamos orillando deliberadamente la interminable Pesadilla en Elm Street por su facilidad, cine de terror para turistas del género con la presencia de Johnny Depp en la primera entrega. Carlos Fuentes sostenía que la maldición del escritor consiste en utilizar palabras como materia prima, porque todo el mundo cree dominarlas. Lo mismo sucede con las imágenes, en la era de Instagram. Por fortuna, el cine de Wes Craven vuelve a demostrar que existe un arte de narrar, de Maupassant a Somerset Maugham.

«Los gritos y susurros de Wes Craven» adquiere consistencia como titular, pero el director no precisaba del grado de cineasta para coronar en Scream una cumbre de la autorreferencia paródica a la altura del Tristram Shandy de Sterne. Además, la intervención de Kevin Williamson alumbró la saga de Sé lo que hicisteis el último verano. En la estela del nativo del Medio Oeste fugado a Nueva York, el género de las evisceraciones exploró variantes humorísticas que no dañaban su vocación sanguinolenta. Ahí están Zombeavers y Tusk en el apartado de zoofilia. O el regreso de Jonathan Demme al cine de terror con la Nicki de Meryl Streep. No es broma.

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