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No sé si se mantiene la costumbre, como tampoco sé si persiste la «Redacción» como una de las tareas escolares habituales. Cuando yo era niña, cada Septiembre, invariablemente, nos hacían escribir sobre «La vuelta al Cole» y las vacaciones pasadas. Hoy ese relato, de distintos modos, ha saltado al periodismo. Cada cual en su columna o su ventanita parece obedecer al mandato de un macrocolegio invisible para redactar su propia vuelta al tajo. Se diría que no hay escapatoria, así que me sumo a la corriente.

Las firmas importantes suelen revisar por encima las semanas de descanso para entrar en materia trascendente y analizar el panorama socio-político-económico al comienzo de curso. Esta «Mirada discreta» (que reaparece tras unas vacaciones obligadamente largas recomponiendo huesos rotos) modestamente se fijará en eso que se juzga más intrascendente y superficial: la moda. Es decir, las apariencias. Que, en contra del consabido refrán y según afirmaba Oscar Wilde, nunca engañan.

«Uno de los peores sufrimientos del verano no son los ruidos, los mosquitos o el calor, sino lo mal vestida que va la gente». No son palabras mías, sino del sociólogo y escritor Vicente Verdú. Exagera un poco. Pero sólo un poco. Supongo que en las altas esferas, los lujosos yates, los hoteles de seis estrellas y las grandes mansiones, proliferará el refinamiento (aunque, a juzgar por algunos reportajes gráficos, no lo tengo muy seguro). Pero a pie de calle, terraza o playa concurrida no es precisamente la estética lo que sobresale. Doy por hecho el desfile de sandalias de película de romanos, flecos Far West, «monos» sedosos y shorts minimísimos..., aunque me ha llamado la atención esta opinión de la filósofa francesa Elisabeth Badinter: «Hay formas de vestir que me chocan más que el velo islámico, como ver a una niña de trece años con las nalgas al aire». Y es que hay «niñas» de esa o parecida edad a las que no detiene la rotunda abundancia de su derrière para evidenciarla con la minúscula y ajustada prenda. Como también hay señoras autoconvencidas de que siguen teniendo veinte años y se endosan un «mono» -de estampado gigante, para más inri- que subraya sus opulentas carnes surcadas de lorzas y michelines de todas clases. En el otro extremo están las flacas de solemnidad que se apuntan al cuello halter, exhibiendo huesudo escote, bracitos como palillos y clavículas amenazantes. Nada diré hoy de las panzas que muchos varones ostentan sin recato, bien realzadas por «polos» de punto pegaditos a la piel.

En resumen, todo es cuestión de adecuación: la moda hay que consumirla como los medicamentos, con receta individual. Pero conste que no deja de atraer y de ganar consideración. Ahí hemos tenido al flamante Premio Nacional Juan Vidal dando lección de moda en la Universidad Menéndez y Pelayo, en Santander, nada menos. Ahí tenemos a Antonio Banderas, matriculado en la suprema escuela Saint Martin´s de Londres por la que en su día pasaron John Galliano, Alexander McQueen y otras luminarias.

Por cierto; los minishorts ya saltaron a la moda hace once años menos ceñidos pero no menos «mini», para el sello Chanel de la mano de Karl Lagerfeld, al que los años no parecen privar de sagacidad y bríos.

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