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Matías Vallés

Nos vamos de guerra

El péndulo occidental ha vuelto a oscilar, y el aislacionismo frente al polvorín de Oriente Medio da paso a un vibrante fervor belicista, bien que sin enemigo concreto a bombardear.

George Bush debe estar atónito, los cobardes europeos redoblan tambores de guerra. Reticentes hace una década en Mesopotamia, ahora se conjuran para acabar a bombas con Asad, con el Ejército Islámico y con lo que quede de Al Qaeda, el terrorismo pasado de moda. La Unión Europea ha reclamado incluso el certificado de defunción de Gadafi, por si existe la oportunidad de rematarlo. Entre los combatientes se encuentran los españoles a quienes el alto mando de Stanley McChrystal apodaba en Irak «los chancletas», según el reportaje de Rolling Stone que le costó el cargo al general, porque los americanos les acusaban de estar de veraneo en Mesopotamia. Cuando los Gobiernos se apropian de la solidaridad, se producen extrañas distorsiones sensoriales.

El péndulo occidental ha vuelto a oscilar. El aislacionismo europeo frente al polvorín de Oriente Medio se sintetizaba en un Tony Blair que aprovechaba su cuartel general en Israel como trampolín para sellar provechosos negocios privados en la zona. La atonía ha dado paso a un vibrante fervor belicista, bien que sin enemigo concreto a bombardear. Es probable que Asad apunte los cañones de la Unión Europea, en una delirante inversión de la historia reciente. En el setenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, Occidente vuelve a declamar que se necesita un Stalin para acabar con Hitler. Sin embargo, los protagonistas de la actual vicisitud en Siria no alcanzan a los grandes genocidas del siglo pretérito ni bajo una pretensión paródica.

La guerra en ciernes también será humanitaria, como todas las disputadas en este siglo. Salvo para las víctimas, claro. La movilización del arsenal se refugia en el drama de los desplazados sirios, pero la mercadotecnia enardecedora ha de concretarse en un enemigo singular. Europa necesita un Sadam, que hasta fonéticamente evoca a Satán. Vuelve a ocultarse la identidad de quienes soportarán sobre sus hombros el esfuerzo bélico. La mayoría de tertulianos que han cambiado el iPad por un mapa de Siria se olvidan de precisar si se puede contar con su concurso personal en la campaña. Tampoco parecen entusiasmados por involucrar a sus allegados. La situación se aproxima a los documentales de Michael Moore, indagando cuántos congresistas estadounidenses tenían a hijos guerreando en Afganistán o Irak. El resultado era escandaloso pero previsible.

De todos los países inseminados por la primavera árabe, solo Túnez reunía los ingredientes imprescindibles para que floreciera algo parecido a una democracia. Sin embargo, ha tenido que compatibilizar el espinoso camino hacia un régimen de libertades con dos atentados masivos que han herido de muerte su capacidad turística. No es un mal momento para recordar que la única industria boyante de España consiste en que millones de personas procedentes de otras geografías paguen una media de 150 euros diarios, a cambio de pernoctar junto al litoral. Basta añadir que esta elección es muy sensible, y que la parte contratante no entendería que se sacrificara la seguridad alegando objetivos encomiablemente solidarios.

A cada suceso planetario, sea un accidente nuclear en Japón o la actividad de un dictador en Oriente Medio, la conclusión inmediata es que Europa se hunde. Por lo visto, los miles de refugiados que pugnan por ingresar en la UE no leen a los sesudos analistas autocríticos, aunque un artículo bélico gana en densidad si se añade el tópico de que la situación en Siria también avergüenza a Europa. Por fortuna, subsisten eruditos como Jean-Pierre Filiu, que en su reciente y excelente Del Estado Profundo al Estado Islámico describe el dilema del arco de países que van de Argelia a Siria, maniatados por los males gemelos de la mafia militar y del islamismo. Por importante que haya sido la connivencia europea con ambas lacras, en algún momento habrá que racionar las responsabilidades.

El porcentaje de ganadores de la guerra económica, la única inacabable, es mínimo en Europa y en Oriente Medio. La tragedia griega contemporánea no ha afectado a los armadores, que han flotado en todas las superficies. También hay magnates árabes y mexicanos, por citar dos focos migratorios. Sin embargo, la redistribución de la riqueza que aliviaría el problema, se considera más inmoral que bombardear indiscriminadamente desde aviones que solo reforzarán la injusticia. La guerra es la continuación de la desigualdad económica por otros medios.

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