Hay cosas que son complicadamente simples. Complicadas por la resistencia que encuentran para ser aceptadas, y simples por la claridad y distinción con la que se perciben. Fíjense, por ejemplo, en la pequeña tormenta perfecta del Te Deum. No sé si merece la pena argumentar (puesto que nos enfrentamos a posiciones inamovibles), pero hagámoslo por si acaso se hace la luz y se mueven las sombras. Todos somos ciudadanos valencianos, pero no todos somos católicos. La condición de ciudadano es universal, la condición de creyente religioso es particular. Todos los católicos son ciudadanos; sólo algunos ciudadanos son católicos. Por otra parte, la procesión cívica (como su apellido indica), y el resto de actos del 9 d´Octubre, son una expresión de afirmación o celebración o huida ciudadana. Que los ciudadanos católicos quieran marcarse un Te Deum en la Catedral es una cuestión de su estricta incumbencia que nadie les prohibe (como si quieren rezarle al Espíritu Santo por la unidad de España). Pero esa mayoría minoritaria no puede imponer sus creencias religiosas a la totalidad de la ciudadanía. La mezcla impropia de elementos cívicos y religiosos forma parte, efectivamente, de la tradición; pero no de la tradición democrática, sino de la predemocrática. El PP y algunos de sus satélites ideológicos, cuando miran hacia atrás son un poco cortos de vistas y encuentran los orígenes de las cosas justo detrás de sus espaldas, en el día y la hora en que a Rita Barberá se le ocurrió que la bandera cívica de todos entrara en la catedral para darle gracias a la cruz religiosa de algunos. Aquella decisión supuso una ruptura con la tradición democrática (que es la que cuenta o donde empieza la cuenta: la otra es otra cosa) y el ayuntamiento de Joan Ribó retoma esa tradición que nunca debimos abandonar. ¿Por qué algunos se empeñan en complicar algo tan sencillo? Muy simple: hay quien usa la simbología como cachiporras para el tunda, tunda electoral. No les basta que nadie les prohiba algo: quieren obligarnos por la fuerza a lo que ellos eligen.

Estoy contento por Carles Dolç i Alejandra Soler: salimos de la anomalía hacia un poco de normalidad. Se les reconoce lo que son: hijos predilectos de la ciudad.

Antes los brotes tiernos de la vieja corrupción y ante el leninista ¿qué hacer?, la Bonig contrapone «las líneas rojas de Fabra al sentido común» (sea lo que sea) y opta por el segundo. Esto quiere decir que corra la bola de la evidencia política hasta que el futuro penal la detenga.