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La costosa normalidad

La política se parece bastante al fútbol y comprenderé que cualquiera pueda estremecerse al reparar en la clase de personajes que resplandecen, entre roña y purpurina, en los estadios. Por ejemplo, que el Valencia campió sea propiedad de un chino entra dentro de la más estricta lógica: es nuestro sentido de pertenencia. Y si Layhoon Chan es la presidenta, imagínense a dónde hubiera llegado la chica de llamarse María de los Desamparados. En esos estadios hay, por cierto, un palco donde se perpetran, según fama, los mayores chanchullos. Pero la política también se parece al fútbol en que tras un período de manirrotos y flipados, aterriza una directiva juiciosa y austera. Movimientos pendulares.

Ahora toca austeridad, pero tampoco hay que pasarse: el sayal de penitente no tiene porqué ser de arpillera, cuiden el cutis. Basta con la contención y, si no es mucho pedir, las buenas maneras. Sin embargo, algún asceta del presupuesto ha querido reducir tanto la retribución de los cargos del Consell, que les ofrecen a los candidatos a un puesto de tipo medio menos dinero del que ganan como funcionarios. Y eso que los funcionarios tienen el sueldo más congelado que el solomillo de un mamut. Miren ustedes: paguen bien, vigilen que nadie meta mano en el saco. Confianza y transparencia. Hasta Lenin admitía que un ministro podía cobrar dos veces y media lo que un metalúrgico.

El capirote y las cadenas, para la Semana Santa. En los tiempos locos del saqueo y los sueldos múltiples (sin contar gabelas y sobres) un alcalde podía llevar el Mercedes de su constructor favorito a todas partes. O instalarse en un chaletazo de coste cero como el ahora ministro Soria. Zaplana se montaba en un avión particular para ver un partido de fútbol y luego decía, con total desparpajo, que no le costaría un céntimo al presupuesto público: eso era lo que nos asustaba, no conocer las contrapartidas obtenidas por el generoso aviador. Que la política no sea una reunión de tristes y desasistidos porque, si no, más pronto que tarde, la explosión desbragada romperá todos los diques.

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