En una ocasión, con el fin de ningunear un artículo que había escrito, alguien me comentó que opinar es muy fácil; a lo que, sin enojo, le respondí que todavía más fácil es lamer traseros. Permítaseme esta introducción un tanto escatológica para defender el ejercicio de la crítica como práctica democrática que no pretende denostar a los gestores; pero sí poner en duda el acierto de sus decisiones y contribuir al debate de la realidad haciendo propuestas para mejorar la gestión de lo público. Si algo nos salvará del pensamiento único y de los abusos del poder, será la acción de una justicia independiente, no sometida a presiones por parte del ejecutivo, y una prensa libre, que dé además la palabra a los ciudadanos.

El ejercicio público de la crítica presenta mayores dificultades de las que se imaginan pues es preciso, en todo momento, mantener un tono respetuoso y correcto, lejos del chascarrillo fácil y del insulto, a la vez que, un tono claro sin dejar la menor duda respecto de lo que se quiere expresar. Desde el poder, la crítica se digiere mal y, por el contrario, se propende al disfrute del halago, olvidando que una buena crítica enseña más que mil alabanzas y permite recuperar el pulso de la calle; por eso, no espere ningún privilegio quien se adentra en el terreno de la opinión y, antes al contrario, prepárense a ser denostados e incluso difamados; pues el poder y sus subordinados no soportan la existencia de espíritus libres.

En una ocasión me contaron que, al quedar vacante el Vicerrectorado de Cultura de mi universidad, alguien propuso al rector el nombre de un profesor que se había distinguido por su independencia y por no someterse al dictado de nadie; a lo que el rector del momento respondió que tenía demasiada personalidad. No sabía, quien hablaba así, que le había dedicado el mejor cumplido al candidato descartado, halago que se vio amplificado por el nombramiento para el cargo de un personaje rastacuero que ya ocupaba otras responsabilidades y nunca supo nada de cultura aunque siempre trató de aprovecharse de las actividades culturales de la universidad en su provecho.

Sirva pues esta columna como homenaje a los profesores Guillermo Quintás, Francesc Hernández, Javier de Lucas y tantos otros que con el ejercicio de su libertad de opinión nos hacen más libres a todos, aunque en ocasiones sus palabras han sido silenciadas por no seguir la línea oficial o no aceptar imposiciones o silencios cómplices