Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Dios de la Biblia, acogedor de exiliados y migrantes

Los tristes y trágicos sucesos que a diario conocemos sobre las gentes que se ven a forzadas a exiliarse y emigrar de los países en guerra para salvar sus vidas y encontrar un mundo mejor donde vivir no son novedad sino una constante en la historia de la humanidad y en la propia Biblia. La Biblia es la historia paradigmática de exilios y migraciones. Contiene relatos de gentes oprimidas, masacradas y fugitivas, de largas y duras fatigas en tediosos exilios y fugas para sobrevivir. En ella, Dios aparece como líder, guía e iluminador del camino de la libertad. Protector y acogedor de oprimidos.

El libro de Éxodo es la película de las vicisitudes de la salida del pueblo de Israel, el pueblo de Dios, del imperio egipcio que lo tiene atenazado y maltratado. Los hebreos, a pesar tantos años viviendo y trabajando en Egipto eran tratados, maltratados, como extranjeros. Para alcanzar la liberación, lo primero es adquirir conciencia de la opresión, ser consciente de sufrirla, no querer soportarla y buscar una situación mejor que en la Biblia es la tierra prometida. Dios quiere que su pueblo escogido, Israel, sea libre, sacarlo de la esclavitud a la que le ha sometido Egipto y dicta y confía a Moisés la ejecución de su plan. Abraham será otro de los jefes que conducirán al pueblo a un mundo mejor, «a la tierra que yo te mostraré», también por indicación de Dios.

Al igual que Egipto, Babilonia era otro pueblo invasor y opresor. Y Roma no se quedó atrás con su negocio de la trata de esclavos. Las masas de gente esclavizadas y dominadas por las potencias hegemónicas sufrían todo tipo de daño moral y físico.

El mensaje de Dios a través de sus profetas fue siempre el de liberación, el que su pueblo tenía que salir de las distintas formas de esclavitud espiritual y física, no disociaba ambas. A él lo tendrían siempre como faro y guía en su necesidad y derecho de emigrar, huir de las situaciones de ruina, grave peligro y muerte, buscar una vida mejor. El migrante fugitivo de un desastre, de una ruina total, de una muerte cierta, tiene todo el derecho del mundo, según la Biblia, de ser acogido con los brazos abiertos en las tierras y lugares más afortunados, de mayor paz y prosperidad. Es lo que quiere el Dios de la Biblia para quien su reino es el que se construye día a día con amor y solidaridad, con eficacia para resolver las situaciones de desamparo y pobreza.

Si el Antiguo Testamento es la historia de los sufrimientos de un pueblo necesitado de liberación en todos los aspectos, el Nuevo Testamento es la concreción de esa liberación proclamada por quien fue el gran inmigrante, Jesús, el hijo mismo de Dios, quien con sus padres „totalmente pobres los tres„ tuvo que huir, dejar su patria, para salvarse de lo que fue una masacre y matanza (Mt, 2-13-23). Es el mismo Mateo (25, 31-46) quien refiere las palabras salidas de la boca del liberador de la humanidad por excelencia: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y viniste a verme€ En verdad les digo que cuanto hiciste a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste€ En verdad les digo que cuanto dejaste de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaste de hacerlo».

Compartir el artículo

stats