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Gracias al cerdo

En un solo día he tratado con los industriales del cerdo de Aragón, de Castilla y de Extremadura (aunque los empresarios fueran valencianos y propietarios de la mayor finca dedicada al cerdo bellotero). Tanta acumulación de saber me ha contagiado: el cerdo es tan limpio como el elefante pero, claro, necesita agua y espacio, dos cosas que suelen negarle. Cuando se le adopta es tan fiel y fiero como el mejor mastín: el último de este linaje es el conmovedor jabalí macho, Marc, protector de la tierna Céleste (las bodas de cielo y tierra) de Tiempos de hielo, la última de Fred Vargas. Antes de que yo naciera, mi madre criaba todos los años un cerdo, luego ya no hizo falta, mecanismo de suplantación que no responde al clásico esquema edípico: chúpate esa, herr Freud.

De las muchas conversaciones cruzadas deduzco que también hubo, para variar, una burbuja jamonera (como la hubo del ladrillo, las finanzas o el periodismo), tan compacto que parece el jamón. Y la crearon los entregados al juego especulativo, muchos al parecer. Dejo para otro momento indagar porqué en España cualquiera que hace algo de dinero necesita convertirse en un landlord y tener sus piaras, su bodega, su aceite y sus billetes en rama, en vez de invertir en cohetería y aeronáutica, levitación magnética y medicamentos para ancianos ricos.

No quiero salirme del tema. Parece que la regulación del sector por parte de Arias Cañete benefició a los andaluces en general y a su señora y porquera, con perdón, en particular, lo que no me sorprende dado el poder de Andalucía en la correlación de fuerzas hispana y la propia opacidad del regulador, que estaba muy gordo y se le veía ahíto. Y estaba Teruel, vinculada a Valencia por los lazos misteriosos de la empatía que van más allá de la calidad del producto. En medio de tantos presuntuosos del iberismo y la raza pura, Teruel ha fichado a un tipo sabio y cauto que pretende tener a los gorrinos con chip y movimientos vigilados, de forma que el cliente obtenga aquello que se le promete. Toda paz requiere un centinela pero, al final, tienes que confiar en alguien.

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