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Ventajas de quedarte atrás

La constatación de que los tiempos que corren ya no son los tiempos de uno, aquellos en que uno se sentía a tono con los tiempos, es desoladora aunque también consoladora. Lo primero porque sentirse fuera de los tiempos que se viven es una premonición de estar fuera de veras. Pero lo segundo porque uno ya no aguantaría estos tiempos, si estuviera en ellos. Viene esto a cuento de lo difícil que se ha puesto la, pese a todo, digna profesión de político. Ahora un político debe saber bailar, cantar, reírse de veras con las tonterías (la risa es lo más difícil de fingir) y desarrollar prácticas de riesgo del tipo subirse a un globo o correr un rally. Es verdad que, a cambio, no hace falta estrujarse el cerebro para que manen ideas, construir un discurso coherente, ni darse respuesta a la pregunta central, que es la de con qué parte de la sociedad está uno de veras.

El pueblo sigue igual de cuerdo. La prueba de la arterioesclerosis en que habían caído los grandes equipos del antiguo bipartidismo imperfecto, PP y PSOE, es la aparición a modo de circulación extracorpórea de los nuevos, por los que en el fondo circula la misma sangre. Si los viejos partidos hubieran evitado el estrechamiento vascular y purgado a tiempo los agentes tóxicos, los nuevos no habrían llegado a aparecer. Ahora bien, lo ocurrido demuestra la enorme estabilidad de la base electoral española, sobre la que descansa el sistema político, y que hace que éste pueda autorrepararse, absorbiendo el devastador impacto social de la crisis. O sea que los partidarios de que todo siga más o menos igual y los partidarios del caos redentor me parece que lo tienen igual de duro, y cuanto antes se hagan a la idea mejor.

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