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Entre París y Mesopotamia

La matanza del Bataclán no para de dar que hablar. Y cuando no pasa nada aparecen tertulianos y expertos en todos los canales opinando sobre estos sucesos.

No es posible sustraerse a la conmoción de los atentados de París. Como no lo fue el 11S ni el 11M. Toda la campaña electoral española, esa que va a cambiar tantas y tantas cosas según anunciaban los analistas, ha quedado como suspendida en el vacío. La cuestión catalana que generaba una inestabilidad nunca vista en los mercados, ha pasado a ser un pequeño vodevil en clave interna. La financiación autonómica, los refugiados, la deriva del Valencia de Lim, la llegada del frío que tanto necesitan las tiendas de ropa? todo eso apenas importa. Hablamos de París, de Sant Denis „donde perdimos la primera final„ o del Bataclán, que también en Valencia fue un famoso teatro-club poco antes de la guerra civil, en donde ahora están los cines Lys y al que acudían los jóvenes profesionales de entonces a sus sesiones cabareteras.

Lo bien cierto es que el terrorismo de raíces en el radicalismo islámico lleva golpeando sin cesar desde 1972, cuando los sucesos de la Olimpiada de Munich. Lo ha hecho allí donde ha podido, en Occidente, en Rusia y en Israel, pero sobre todo en los países de su propio ámbito cultural, donde les resulta mucho más fácil provocar víctimas. Cierto es que hay una escalada en esta supuesta guerra desde 2001, el año de la odisea fatídica en las Torres Gemelas. Pero conviene no dejarse llevar por la pulsión informativa de la actualidad. Hace apenas unas semanas „el pasado 10 de octubre„, casi un centenar de pacifistas turcos murieron víctimas de una bomba en Ankara. Apenas duró uno o dos días la atención sobre aquellos sangrientos hechos que, por cierto, preludiaron la mayoría absoluta del islamista Recep Tayyip Erdogan.

La matanza del Bataclán, sin embargo, no para de dar que hablar. Y cuando no pasa nada aparecen tertulianos y expertos en todos los canales opinando sobre estos sucesos. Los políticos, obviamente, también. Rajoy es el mejor parado estos días, su sangre fría y sentido de la moderación le han venido muy bien en unos momentos en los que el reagrupamiento en torno a las instituciones más sólidas, el Estado, suele ser la opción más conveniente para la mayoría silenciosa de ciudadanos. Aznar pagó muy caro su falta de sensibilidad en este asunto.

Atrapado en esa dinámica, el líder de la oposición Pedro Sánchez no tiene otro remedio que seguir los pasos de la política común de Estado. Y Albert Rivera se lanza de cabeza a por esa opción convencido de la necesidad de otorgar a sus Ciudadanos algo de pedigrí institucional. Pablo Iglesias justo lo contrario, ha intuido la oportunidad de volver a desmarcarse, situándose como alternativo a las opciones más convencionales, incluyendo una fuerte diatriba contra Rivera, al que ha remitido a las Azores después de haber sido batido por el joven catalán en el bareto de Jordi Évole.

En espera de que Bertín Osborne entre en campaña con Rajoy y Sánchez, Iglesias, al parecer, quiere pescar en todos los caladeros, pues suelta señuelos a izquierda, derecha y centro. Cuando parecía que su discurso político estaría cerca del pacifismo ha fichado a un teniente general y, en cambio, ha eludido unirse al coro antiyihadista a pesar de los directos de la Marsellesa y su declarada admiración por Robespierre: «Aux armes, citoyens! / Formez vos bataillons! / Marchons, marchons! / Qu'un sang impur abreuve nos sillons!». Un himno de provocadora ebriedad belicista y al que se suma todo el arco parlamentario francés. Recuerdo una noche con Sami Nair, asesor de Lionel Jospin para asuntos de inmigración, y me sorprendió su defensa cerrada de la opción militar y nuclear francesa.

Ahora los acontecimientos se disparan y desbarran en cuestión de horas. Es una de las lecciones de París: nuestra desasosegante dependencia de la inmediatez informativa. Y el regreso de las grandes coaliciones internacionales. García Margallo y Rajoy habían descubierto una fórmula perfecta para adherirse al club de los países influyentes que se mojan: sustituir al ejército gendarme de Francia en las fronteras africanas del Sahel para que así las legiones galas pudieran concentrarse en Siria. Todo eso hasta que en Mali, el viernes, hubo otra matanza.

Marcha atrás, nadie quiere sufragar una guerra costosa en lo material y en vidas por mucho que sean de militares profesionales y a veces apátridas. El temor a las bag blacks que hicieron perder la guerra „y el alma„ a los norteamericanos en Vietnam. Mientras tanto, se suceden las discusiones sobre el malestar islámico. Una tertuliana pierde los nervios en un debate y pone a parir a los políticos porque no dan soluciones, solo palabras. Esa es otra circunstancia que París pone al descubierto: ni la historia ha tocado a su fin ni hay soluciones higiénicas para todo. Por más que nos congratulemos de la ética creciente de nuestras culturas y del triunfo del maternalismo como norma de educación social, los conflictos no paran de reaparecer.

La islamofobia se amplifica en las redes, pero siendo cierto que el islam ha creado numerosos movimientos radicales desde tiempo inmemorial, no es el único. Nuestros almohades fueron integristas en plena Edad Media, o los majdistas sudaneses que lucharon contra los ingleses en el siglo XIX. Y no hay que olvidar que buena parte de la guerra de liberación argelina, con células autónomas como ha ocurrido ahora, estuvo teñida de islamismo extremo. Pero este radicalismo es inherente a buena parte de las religiones „excepto el budismo„, en especial las monoteístas reveladas que, como dice el filósofo Peter Sloterdijk, poseen una innegable «carga nuclear». Si solo vemos maldades en el Islam actual no es por otra razón que estas se han ido disolviendo en el orbe cristiano, cada vez más franciscano, y el judaísmo ha visto limitado su espacio. Y claro que ha habido movimientos liberales y humanistas en el islam. Está lleno de ejemplos, como el sufismo. Del mismo modo que hay abundante literatura sangrienta en el cristianismo.

Convendría echarle también un vistazo a la geografía, como señala en su magnífico libro el corresponsal de guerra Robert Kaplan „La venganza de la geografía, RBA 2013„, pues no es gratuito que los últimos grandes conflictos procedan de los Balcanes y de Oriente Medio, dos territorios que, como dijo Winston Churchill, generan más historia de la que pueden digerir. El caso de Oriente Medio es asombroso, pues su inestabilidad se remonta a los tiempos bíblicos. Y no parece que vaya a tener una pronta solución con tantos actores: judíos, palestinos, suníes, chiíes y alawitas, kurdos, yazidís y maronitas, asirios, turcómanos? La eterna olla mesopotámica.

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