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«I love woody»

Ese tipo que se autodefinió a modo de «soy lo suficientemente feo y bajo como para triunfar por mí mismo» y que acaba de estrenar la última, ha cumplido 80 tacos y tiene terminada la siguiente. Desde el 69 con Toma el dinero y corre, no ha faltado ni uno a la cita con sus fieles. Es cierto que durante el impacto de las comedias iniciales y hasta Manhattan a final de los 70, o estirando la cuerda podría llegarse a Hannah y sus hermanas a mediados de los 80, las colas daban la vuelta a la manzana para asistir al estreno y que ahora son más los que profesan su religión quienes desde que se divisa la entrega suspiran porque llegue el día. En el interior de ellos, Woody es Dios y les da reparo admitir que alguna de las obras realizadas „son tantas...„ no tenga por dónde salvarse. Todas no pueden ser Annie Hall. Primero porque es redonda; segundo porque no pocos buscaban poner en su vida una Diane Keaton vestida a lo garçon y, tercero, porque los que no lo lograban compraron que siempre les quedaría la estatua de la Libertad para estar dentro de una mujer. Por mucho que empezara así, Allen no es un chistoso; sus ocurrencias vienen provistas de cargas de profundidad como cuando sentenció que «más que ningún otro momento de la historia, la humanidad se halla en una encrucijada. Un camino conduce a la desesperación absoluta; el otro, a la extinción total. Quiera dios que tengamos la sabiduría de elegir correctamente». El cómico es Donald Trump. De existir el Creador „en referencia a Yahvé„ debe sentir mayor inclinación por Woody, pese a afirmar éste que «si Dios ama a los pobres, ¿cómo sería si los odiara?», que por el ricachón que quiere hacerse con la Casa Blanca. Además, en el caso de que más tarde que pronto lo acoja, el señor deberá tener tacto si el lugar en el que anda es impresionante. Sobre todo si supera a Nueva York.

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