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Los códigos

Sobre las nueve y media de la mañana entro, después de unos cuantos largos, en la sauna del gym que tiene una pequeña tele encendida sin voz y en la que, al no ir acompañado de lentes, consigo distinguir tras no pocos esfuerzos los rasgos del portavoz socialista en el Congreso, Antonio Hernando. Mientras se supone que elimino toxinas, capto por los subtítulos en Los desayunos de teuveé que el tres de la lista madrileña recuerda que, en caso de alcanzar la Moncloa, se cargarían la reforma laboral, no como otros -Albert-, y que Europa no sufra porque, con ellos en el machito, se afrontaría el pago de la deuda. O eso es lo que creo que está diciendo cuando entra en el habitáculo un tipo cuadrado en bolas que se queda absorto en el aparato -televisivo, lógicamente-, no sé si porque le ha enganchado lo que detecta o porque, aún fijándose con ansia, ve menos que Pepe Leches.

No lo tiene el pesoe fácil en esta ocasión para hacer llegar la trascendencia, y ni siquiera la relevancia, de su papel en la contienda actual. De hecho, no paran de recurrir a la modernización que supuso la irrupción de Felipe e, incluso, parece que piensan echar mano de Zapatero, por lo que deben barruntar la situación desesperada y grave. La suplantación de la tradicional dialéctica derecha/izquierda por la de viejo/nuevo le ha pillado con el software chungo y los deberes por hacer, con la competencia de dos alumnos aventajados que acaban de matricularse y cuyo gran mensaje colegiado es que no estaban cuando se jodió el Perú y lo nuestro, memoria incluída. Anoche Rajoy no aparecía en el debate, pero eso no le preocupa porque lo único que quiere es que se acuerden lo justo y, si ocurre cuando falta por algo será, debe pensar. Tampoco está en Venezuela y se siente ganador. Así que en eso confía el 20D: que caiga, aunque sea de maduro.

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