Finales de los felices noventa y principios de los dos mil€ aquellos sí que fueron buenos tiempos para los amantes del lujo, el dinero y el derroche.

Eduardo Zaplana (a quien desde aquí deseamos una pronta recuperación de sus dolencias) acababa de subirse al Gobierno de la Generalitat. Los jóvenes turcos del PP que se habían hecho con el control del partido se las prometían felices y vive dios que lo cumplieron a rajatabla. Estaba todo por hacer. Una burbuja inmobiliaria que hinchar, una deuda pública que agigantar (la heredada apenas alcanzaba unos miles de millones de€ pesetas), una gestión pública sanitaria que privatizar, una Ciudad de las Artes que remegadimensionar y multiplicar, un Canal Nou que manipular y, sí, ¿por qué no? también unos colegios públicos que construir a precio de oro y-a-ver-qué-pillamos.

De todo ello ya se ha hablado largo, alto y claro, incluso en los juzgados (la nómina de sentenciados crece gota a gota), aunque la resaca nos va a durar mucho tiempo. O sea, décadas. Como consecuencia de aquel regresivo new deal, los valencianos y su economía se quedaron sin su vital sistema financiero (ay, Bancaja, Cam, Banco de Valencia, Ruralcaja€), perdieron su vertebradora televisión pública (que en gloria esté) y, lo más grave de todo, tienen comprometido su futuro, el de sus hijos y nietos y secuestrada su autonomía política a causa de la colosal deuda acumulada durante aquellos años.

(Permítanme llegados a este punto que por una vez también hable de nosotros: este medio de comunicación, Levante-EMV, el de mayor difusión de todo el país valenciano, sufrió represalias en las carnes de su balance por la descarada independencia de sus periodistas a la hora de denunciar públicamente los abusos de la banda de descerebrados que gestionaba el territorio. Nadie puede debería pronunciar la excusa que hemos oído más de una vez: «no sabíamos nada», «la prensa fue cómplice»... Mentira. La prensa, no, solo alguna prensa y sí señalamos a alguien).

No es deseo del que esto firma volver de nuevo a la carga del pasado porque prefiere mirar de frente hacia delante. Pero la historia no siempre lo permite. Efectivamente, todo aquello estaba quedando felizmente apartado en un rincón de la memoria colectiva cuando de repente, oh sole mio, el fantasma de Ciegsa, la empresa pública creada por los manirrotos de la Generalitat del PP, vuelve a primera fila de actualidad, como los lectores estarán observando en las páginas de este y otros diarios (pero no de todos) desde hace unos días. Adjudicaciones irregulares, sobrecostes, deuda€ Total para que todavía muchos niños valencianos deban seguir creciendo en aulas prefabricadas (detesto por excesivo el término barracones: éstos son otra cosa).

En breve saldrán a la palestra no solo los números y los procedimientos sino también las caras, los nombres, los apellidos y no sé que más de los responsables y ejecutores de aquellos comportamientos. El del recluso Rafael Blasco, presente en todas las salsas de la época, o el de Javier García-Lliberós Fernaud, exmarido de Alicia de Miguel, a la sazón mano derecha de Zaplana, el ínclito Máximo Caturla (¡cuántas sorpresas nos ha de dar aun este hombre!), en fin, y el de José Luis López Guardiola. «el tercer hombre», pero también los presidentes que les mandaron, el ya citado Zaplana, José Luis Olivas y Francisco Camps.

En fin€ qué les vamos a contar. Si hasta un incendio «accidental» se produjo en aquel tiempo que convirtió en ceniza toda la documentación de tan ignotos ejercicios contables€ ¡qué mala suerte, cáspita! ¿Y se acuerdan de aquella misión especial de diputados „Ana Noguera, Isabel Escudero€„ de la oposición del Parlamente regional cuando fueron a visitar la empresa y consultar sus archivos y fueron frenados manu militari en la puerta? (Caturla, siempre fuiste muy grande).

El conocimiento del pasado permite comprender nuestro presente. Pues lean sobre Ciegsa y su modelo de trabajo y comprenderán por qué en la Comunitat Valenciana estamos como estamos.