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La lectura es el mayor indicador de la salud mental individual y colectiva. Por eso resulta difícil darse con un solo individuo aficionado a la lectura de prospectos médicos. A nadie en su sano juicio le apasiona este género literario impreciso. ¿Y qué decir de la desafección por la lectura de programas políticos? Otro género menor al que deberíamos prestarle mayor interés. Entre la narrativa política y Coelho „por referirnos a un patán familiar„ hay un buen trecho. Saben que hay autores de distracción masiva, sucedáneos psicológicos, hábiles en despistarnos literariamente. Lo literario elevado a mecanismo anestesiante.

Sigamos. ¿Confiaría usted sus ahorros a un tipo que leyera a Cioran? El hombre molde ingiere novelas de notable éxito comercial, descafeinadas, religiosamente premiadas y con su respectiva promoción en grandes almacenes. Un tipo sensato sospecharía de ciertas obras literarias. La libertad cognitiva necesita sus límites. En La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han „con perdón„ denuncia que cada sujeto es su propio objeto de publicidad. El exceso de exposición hace de todos nosotros una mercancía, así que, ¿para qué complicarse la vida leyendo prospectos, programas políticos o tratados filosóficos? Los políticos aprendieron esta lección sin exasperarse. Así que lo valioso no radica en sus ideas ni en esos extensos programas que nunca leemos, sino en su propia imagen. De ahí que aburran tanto los mítines. Nos informan a través de Ana Rosa Quintana, Mª Teresa Campos o Jorge Javier Vázquez, quienes canalizan las propuestas políticas desde una dimensión simplona, alejada de retóricas enmarañadas y ornamentos narrativos. La información trascendental se expresa con el cuerpo político (personal y grupal, claro). El discurso „por vacuo„ ni está ni se le espera. Hay cuerpos orgánicos e inorgánicos, pétreos o apasionados, matemáticos o poéticos... Y cuerpos rizomáticos, pero mentar a G. Deleuze y F. Guattari ya es suicida. La política, como la literatura, reducida a pantomima. Alucinante.

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