La dinámica independentista en Cataluña lleva tiempo de actualidad constante y, querámoslo o no a todos nos afecta, incluido el dificultar todavía más un Gobierno de coalición en el Estado español, que debería ser más bien de izquierdas si atendemos a la voluntad mayoritaria en las pasadas elecciones generales. Quiero comenzar reconociendo el valor del nacionalismo: potencia la cultura autóctona, la lengua y el cuidado del entorno común en que dicha identidad colectiva se incardina. Pero también presenta los riesgos de una mirada excesivamente monocular hacia el fin irrenunciable de la independencia -en el caso que nos ocupa-, generando una dinámica poderosa basada más en lo emocional que en lo racional, y mas en la tradición de los relatos míticos, históricamente tan poderosos, que en la realidad del Estado de las autonomías, con una alta cuota de autogestión. Digamos que el nivel de opresión actual sobre Cataluña no es precisamente el mismo que en 1714, con la invasión de las tropas borbónicas, o el de los tiempos de Macià anteriores a la II República. Pero si de lo que se trata es de ´independencia a toda costa siguiendo un compromiso histórico-mítico al margen del contexto, entonces tanto da que gobierne Rajoy o Pablo Iglesias -es sólo un suponer- en el Madrid centralista. Pero claro, una decisión de tal calibre, una declaración unilateral de independencia, exigiría un amplio consenso en Cataluña -por ejemplo dos tercios del censo total de votantes, o lo equivalente en sus representantes políticos- que está lejos de la realidad, según vimos en el referéndum plebiscitario o al hilo de las dificultades para conseguir la investidura de un President separatista.

Pero el mito independentista es poderoso, tanto como para unir finalmente bajo su manto a la derecha de Convergencia, la izquierda de ERC y los anticapitalistas de la CUP. Una superideología que está por encima de las ideologías que habitualmente se enfrentan encarnizadamente entre ellas en la realidad cotidiana. Tiempo al tiempo.

Por lo demás, la independencia implicaría de facto la insolidaridad económica con las Autonomías más pobres del Estado español con las que Cataluña ha estado unida durante siglos; así como la fuga de capitales y empresas que ya están ubicando sus sedes sociales fuera de su territorio, incluido el anuncio en este sentido de Caixabank y Banco de Sabadell si la cosa va a mayores. Por no hablar de la necesaria emigración del Ejercito español y la Guardia civil -con todos sus empleados catalanes-, etc. El problema de las iniciativas míticas colectivas es que sólo se autorepresentan públicamente en su parte más atractiva. Cuando aflora la negativa, los daños suelen ser ya sustanciosos y parcialmente irreparables.