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Estados fallidos

Como estoy hasta el pirri del desafío soberanista, así llamado, que parece otro episodio de Star Wars, me recreo en un juego intelectual pensando en lo que, en una tertulia, dijo el periodista Chema Ávalos: «Es que este país es, en muchos aspectos, un estado fallido». No hay más que ver las repúblicas americanas estampadas con nuestro troquel, donde hay países como Colombia que tienen guerrillas, narcotráfico, paramilitares, volcanes, terremotos e inundaciones y, sin embargo, es uno de los lugares de la Tierra con el índice de felicidad más alto, según las estadísticas (todas mienten y la última la que más).

Parece que se nos da mucho mejor el estoicismo y la capacidad de hacer chistes en el estribo del último caballo hacia la oscuridad. O al pie del cadalso. En eso somos geniales, pero aquí llegó antes el Imperio que la Federación (volviendo a La guerra de las galaxias) y siempre dejábamos para otro día el estado liberal porque teníamos otras prioridades: arreglar las bombillas del Vaticano (¡Luz de Trento!), cristianar a los hugonotes (aunque fuera a cristazos), echarse al monte del descontento, pintar de azul el hueco de mi escuadra o quemar el registro y abolir la propiedad. Ahora el liberalismo se lee sólo en clave económica y el dinero, que siempre anduvo muy suelto, ha ensombrecido todo albedrío.

Y en esas que en La Vanguardia sorprendo a Antoni Puigverd presentando el choque Cataluña/España como un edición reducida del desencuentro entre Merkel y Cameron, entre el capitalismo renano (comunitario, de fuerte filiación) y el anglosajón, individualista, en fuga hacia adelante. No sé si ha tomado esta idea de donde yo: del ensayo de Emmanuel Todd La ilusión económica que distingue esos dos tipos de capitalismo y, por lo que se refiere a España, pone al eje Valencia-Madrid del lado neoliberal y a Euskadi y Cataluña del comunitario, junto a Alemania y Japón, países de poderoso vigor colectivo, envidiable, pero que con sus inmensas energías acumuladas, han sido capaces, alguno más de una vez, de emplearlas en su propia destrucción. Todos fallamos.

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