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Fallo de imaginación

A Paco Álvarez, director del emprendedurismo y gurú bursátil, siempre le escucho que, cuando la gente vende en bolsa es porque hay alguien dispuesto a comprar. Lo dice con más razón que un Stiglitz. Así contesta el ex vicepresidente de la Bolsa de París a quienes utilizan los vaivenes del parquet como palanca política. ¿Si la bolsa baja es que hay miedo al futuro? Puede, por parte del pequeño accionista. ¿Es que la situación política puede contaminar la economía? Pues hombre, el caso es que la bolsa está bajando desde abril, en todo el mundo, por razones múltiples y diversas. Y la incertidumbre española arrancó hace poco. De hecho, los empresarios parecen más preocupados por la posible contrarreforma que por las incertezas políticas.

Catástrofes. Sobre la inédita situación política y los nervios, esta tiene mucho de anárquica e imprevisible. En el show de Bill Maher en HBO -Real Time- apareció el otro día el presidente del comité de seguridad nacional de los EEUU, Michael McCoul. Este congresista y escritor desveló que después del 11-S Georges W. Bush citó a los productores de Hollywood para que diseñaran escenarios catastróficos. Les pidió que imaginaran los dramas más apocalípticos porque, reconoció, con el 11-S habían tenido un «error de imaginación». Desde ese momento allí administran el porvenir barajando las más tremendas opciones. Drones asesinos, bombas sucias, ántrax masivo€

Reputación valenciana. El escenario político doméstico también ha superado todo lo imaginable. La hipoteca reputacional que le gusta glosar a Ximo Puig cae como una losa sobre la realidad valenciana, por la gestión de los gobiernos del PP básicamente. Sin restarle ni un ápice de valor al atávico papanatismo de la progresía de este país. Pero eso es arena de otro costal. Los casos de corrupción están tapando bajo la «Taula», sin espacio, temas sociales y políticos que afectan al tripartito. Ya puede Isabel Bonig intentar ensanchar el campo, salir con la pelota jugada, buscar otros agujeros donde poner el foco. Ya puede, pongamos por caso, Jorge Bellver cavar la trinchera de la libertad escolar, etc: la situación del centroderecha valenciano es deprimente.

Coraje. El PPCV se ha quedado sin marca. Recuerda la escritora Joan Didion en un artículo sobre el amor propio en «The New Yorker» que la reputación es lo que necesitan las personas que no tienen coraje. La frase no es suya, sino de Red Buttler -Clark Gable- en «En lo que el viento se llevó». Los populares ambicionan recuperar reputación porque su falta de coraje a la hora de administrar su desastre interno viene siendo proverbial. Con tres presidentes provinciales en la trena o camino del cadalso; con una sima insondable allí donde antes había un grupo municipal; con una recua de casos pendientes en los tribunales y lo que te rondaré; con el cuñado haciendo equilibrismo entre el código penal y la mala educación; con procesos abiertos sobre trapacerías cinegéticas; con la «separtá» -como dicen en Murcia- como modus operandi; con Fabra -imposible recordarlo por sus líneas rojas porque su holocausto audiovisual nos impide reconocerle cualquier valor- sentado junto a su declarada enemiga en el Senado como en un epílogo de Shakespeare, ¿de verdad queda algún «melindres» que no vea que hay que cambiar personas, líderes y siglas? Ni el «El renacido» Di Caprio lo tuvo tan difícil para volver a la vida, a la alternancia democrática en este caso.

Vuelvan. El PPCV ha tenido un error de imaginación derivado de una continuada crisis de criterio. «Quién lo iba a decir», dicen los exégetas periodísticos de la cátedra: Rita blindada, sus edecanes investigados, su amistad con Alfonso Grau resquebrajada€ Quizás su introspección -la propia que en un partido genera el bucle del poder- les llevó a un realismo mágico en el que aspiraban a quedar protegidos de por vida, inmunes a la oxidación ambiental. Y sin embargo su rehabilitación es indispensable. Fundamental. Porque el partido de la democracia se juega entre dos -o más- equipos y ahora mismo sólo hay uno sobre el terreno de juego. El otro está lesionado, no compareciente, por doping. Centenares de miles de valencianos de bien carecen de representación. Los ciudadanos que no son de Podemos, o el PSPV, o de Compromís o de C´s, están fuera del sistema, como ectoplasmas. Refúndense y jueguen. Sin el tapón que protagoniza Rajoy si es preciso. Porque, o mucho me equivoco, o se están agitando fuerzas telúricas en ese partido con tantos miles de militantes y votos esperando renovarse y hartos de estar a la defensiva.

MIRANDO HACIA EL PUERTO

Amadeo Salvo ha comparecido esta semana y hay quien apunta que lo hizo animado por su antiguo mentor y patrocinado Peter Lim, principal accionista del Valencia CF. Negamos la mayor. A quien ha sugerido al expresidente del VCF que irrumpa para intentar influir en el entorno y reivindicar la bondad de la venta del club no hay que buscarlo en el Mar de China, sino a orillas del Mare Nostrum. Más concretamente a cien metros escasos de la extinta Casa Calabuch, en la flamante Casa del Reloj. El autor intelectual de la operación quizás pretenda evitar que los focos se vuelvan contra quienes lideraron la venta del club casi centenario, consciente de los riesgos que alberga el avispero futbolístico y temeroso de que el desastre balompédico se vuelva contra su partido en un momento político tan sensible: «Amadeo, sal tú que a mí me da la risa». Visto lo visto el martes, intento baldío.

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