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La fireta de Campanar

Campanar es nuestro «village» neoyorquino particular, que no ha querido sucumbir engullida por las zarpas de la especulación urbanística. Se conserva pueblo-pueblo histórico en ese cutre Manhattan que quisieron proyectar allí y se les quedó en intento.

De pequeño conocí el pueblo, al que hoy llaman horrorosamente barrio, rodeado de fértiles huertas, una alfombra verde desde su iglesia hasta el cauce del Turia, cuando, sobre el hoy Nuevo Centro, junto al mismo cauce del río Turia estaba el Patronato con sus tapiales.

Sus huertanos sorregaron los campos cuando el Mariscal Suchet durante la Guerra de la Independencia quiso hacerse con Valencia y quedaron atascados allí carros, carretas y cañones, haciendo marcha atrás los despiadados franchutes. Estaban sus caminos y acequias llenas de moreras, generadoras de bienestar a nuestro mundo rural durante muchos años, siglo XVIII, dedicados a la cría de gusanos de seda en sus andanas. Moreras que hoy algún desnutrido cerebral quiere impíamente arrancarlas contra toda ecología de la memoria histórica.

En época de predominio cultural árabe estaba su término lleno de alquerías, con sus huertos, molinos y pinares. Un año antes de entrar en Valencia, Jaime I ya había repartido sus conocidas fértiles huertas por el limo de las riadas a varios de sus colaboradores que se daban de bofetadas por ellas. El pueblo dejó de ser legalmente autónomo e independiente en 1897, cuando los políticos la anexionaron contra la voluntad vecinal a Valencia con la categoría de barrio de la periferia, mas no han podido con el espíritu patrio de los lugareños.

En las excavaciones que se hizo para la construcción del actual templo, sobre el solar de anterior ermita, fue hallada una imagen de la Virgen, que bautizaron con el nombre de Mare de Déu de Campanar, cuya escayola raspaban las parturientas e ingerían para tener un buen parto si la cosa se veía venír mal.

Solemnes y populares fiestas le dedican durante el mes de febrero, siendo la grossa el 19 de febrero, aniversario de su hallazgo en 1596. La plaza grande y rectangular, no es del Ayuntamiento, sino propiedad de la Iglesia, y en ella estos días se hace de todo: mercado popular, porrat, paella, calderes, moros i cristians, cena popular, ofrenda de flores, cant d´estil i guitarrà, mascletà, albaes, castillo de fuegos artificiales...

Desde 2010, el apóstol y apologeta de las fiestas y tradiciones valencianas, Miguel Angel Bustos, un freekee, como servidor, organiza La Fireta de Campanar (sábado 12 y domingo 13 de febrero), en la calle que le tienen dedicada los del pueblo a su patrona a la Virgen de Campanar, junto al bar Campanar, que Mario, su regente, ha convertido en una especie de Onu o Senado donde van tirios y troyanos a almorzar y departir, y en cuya terracita, bajo sus centenarios árboles, mirando la esbelta torre campanario, a diario se le ve pintar y dibujar a un artista hijo ilustre de la Villa, José Aguilar. La calle, de indudable traza árabe, Bustos la llena de puestos de venta de artesanía y productos valencianos, tenderetes donde se sólo se vende libros de temática valenciana. En su centro, la Fireta una jaima de encuentro con los autores que presentan y firman obra, entre los que este año estará servidor. Uno de los alicientes será la exhibición de «Amigos de las Bicis Clásicas de Valencia», que recrearán un taller de bicicletas de los años 50. Todo un vintage.

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