Aunque es recomendable desconfiar de las apariencias (y todo el pensamiento crítico, desde la caverna de Platón hasta el husmear de Nietzsche, Marx o Freud, surge de esa radical sospecha), uno se empeña en no ver más conspiraciones que las evidentes. Y si no quieren llamarle a esa conjunción de hechos que se repiten conspiración (que implica una previa puesta de acuerdo y un compartir fines y medios), llámenle confluencia de voluntades. Fíjense, por ejemplo, en esa confluencia de voluntades político-mediáticas contra Manuela Carmena para hacer fracasar el ayuntamiento de Madrid. Desde el primer minuto cualquier ocasión, por torpe y extemporánea que sea, fue buena: la cabalgata de Reyes, el mantenimiento de la fachada del edificio de la plaza de España, las restricciones de tráfico por los excesos de polución o, ahora mismo, ese rediós que han montado con una función de guiñol que no les ha gustado. Editoriales y columnas en la prensa adicta al régimen en funciones; declaraciones a porrillo de cuantos pasaban por allí; actuación fulminante de un juez iluminado por el deber... Resultado: cuatro días de prisión sin fianza a dos titiriteros acusados de... ¡apología del terrorismo! Pa´cagarse. No les voy a contar lo que ya saben, pero ahora mismo me atengo a los hechos: existe una confluencia de voluntades político-mediáticas conjuradas para que fracase el ayuntamiento de Manuela Carmena. No hay que hurgar demasiado en la sospecha: es evidente. Cuando lo consigan, acusarán a la izquierda de ser incapaz de gestionar lo que con tanto ahínco dificultan. Primero no te dejo hacer nada para poder acusarte después de no haber hecho nada. De libro. Aquí también lo intentaron: pero de pronto empezó a llover mierda.

Recurrir al miedo en la argumentación es una falacia y una putada. Ahora mismo, como argumento contra un posible gobierno de progreso y cambio, el gobierno en funciones está utilizando el miedo: abandonaremos la lucha contra el terrorismo internacional; los de ETA están frotándose las manos como moscas; el capital abandonará el país y el país se romperá en añicos. En fin, si recurrimos al miedo, es posible que a muchos nos dé pánico que ese gobierno en funciones funcione como gobierno: y el pánico es un estado superior al miedo. Es en este contexto de poca sutileza miedosa en el que alguien de los que está en funciones y en entredicho repite como un tantra: «Queremos un gobierno estable por el bien de España y de los españoles». No sé que diferencia habrá entre España y los españoles, pero la afirmación es o bien una obviedad (¿alguien propone un gobierno inestable?); o bien una presunción (¿el suyo lo sería más?); o bien insuficiente (además de estable, qué más). Sigue lloviendo.