Lleva el tiempo estable a orillas del Mediterráneo desde la tromba de agua de principios del pasado noviembre. Una racha sin fin de días de sol. Pero en apenas unos días empiezan las fiestas fundacionales de Castellón, mi querida ciudad natal. No falla. El tiempo se empieza a alterar. Antes de que las borrascas lleguen, voy yo a buscarlas y mi ímpetu geográfico me lleva a Irlanda. La geografía que se vive nunca se olvida. Lo que no se olvida en la Isla Esmeralda es el tiempo inestable y la lluvia. Allí, a 53º de latitud norte, lejos queda el anticiclón y su soleada estabilidad invernal. Si a esa latitud, añadimos su longitud, rebasando ligeramente los 10 grados oeste, tiene todas las condiciones para recibir una ingente cantidad de precipitación. De las primeras tierras europeas a las que llegan las abundantes borrascas que circulan por el Atlántico Norte. El promedio de precipitación de la República de Irlanda es, nada más y nada menos, que 1100 litros. La cifra adquiere más significación si tenemos en cuenta que la media española es de apenas 603 litros. El condado con menos precipitación promedia 839´10 mm y el que más se eleva a 1369´72. Son un buen reflejo de la importancia de la ubicación geográfica. El primero es Dublín, en la parte oriental, en la costa del Mar de Irlanda, apenas a 100 kilómetros de Inglaterra. El segundo es Kerry, la punta sudoccidental y no es casualidad que constituya el extremo oeste del país. Como tampoco es aleatorio que al igual que la capital de la República de Irlanda, la de la británica Irlanda del Norte, Belfast, cuna del Titanic, queden en la porción oriental, más resguardadas de las inclemencias meteorológicas. La topografía también ayuda y las lluvias disminuyen de forma concéntrica hasta un centro, Dublín, en las tierras bajas.