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De donde nunca se sale

Varios metros antes ya se percataron de que la masía estaba abandonada. Por su imponente fachada y abundantes bancales colindantes supusieron que antaño fue una importante propiedad, suministradora de abundante leche y carne a varios de los pequeños pueblos cercanos. El portal de entrada estaba roto, así como el pomo de la puerta principal sobre la cual había inscrita en piedra una fecha: ´1880´.

Nada más entrar, cargadas con las mochilas, cientos de papeles viejos cubrían el suelo de una habitación en penumbra y llena de polvo: tiquets de compraventa de trigo, horarios de misa, listados con comestibles y algunos billetes de autobús a la ciudad de la costa más cercana. Pero fue al entrar al comedor cuando sintieron que la sangre se les helaba: sobre una pequeña mesa de madera frente a la chimenea había platos de cerámica y cubiertos viejos y una olla y una jarra vacías. Como si sus habitantes hubieran tenido que huir corriendo entre las montañas dejando sin pensar toda su vida atrás, lo bueno y lo malo; pesadillas y sueños; seres amados y enemigos; fantasmas y realidades. ¿Quién se va de su casa dejando los platos sobre la mesa? ¿Quién no recoge, aunque sea a correprisa, el resguardo de cualquier documento que acredite que existió en algún momento de la humanidad?

Quizás sus propietarios tuvieron que salir por algo puntual „una indisposición, una emergencia„ y jamás pensaron en no regresar. Todo ello lo imaginaban las intrusas mientras recorrían en silencio la masía. De repente, observándolas en silencio, hallaron sobre una estantería una pequeñísima foto: la de una niña el día de su primera comunión. Una niña antigua, de principios de siglo, con puntillas en el vestido y el pelo en melena. Sonreía tímida a la cámara, quizás abrumada por tanta modernidad. Su mirada era pura, serena, como quien se sabe reina de un universo que ve y va más allá de lo tangible. Fuera quien fuera la pequeña, no se fue con los suyos en esa estampida incontrolada. Se quedó, con sus inmensos ojos azules, custodiando el hogar familiar por si acaso alguno de ellos, en algún momento, decidiera regresar de donde sea que se fueran.

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