Si el experimento de la semana pasada (recuerden, analizar la clasificación climática en las coordenadas de Castellón) lo desplazamos al norte, a Irlanda, los resultados varían. No en vano es el dominio del clima oceánico, lejos de la aridez meridional. El verano apenas es cálido y no supera los 22 grados de media mensual. Y la escasez de lluvias desaparece y aunque menores en verano, por el desplazamiento de los frentes hacia el norte, no hay sequía. O sí. De los 114 años de la base de datos de la Climate Research Unit, 60 cumplen la versión fresca del clima mediterráneo, es decir, tendrían sequía estival, igualados con los 59 que siguen la norma oceánica de ausencia de estación seca. Más curioso es el grupo de cinco años (1934, 1938, 1961, 1965 y 1980) en los que se dio una estación seca en invierno. No hay más diversidad. Se la llevó el viento. Köppen desarrolló una estupenda clasificación como demuestra que se sigue usando desde 1940 por una legión de investigadores como base para modificaciones y estudios. Recurre a los parámetros básicos de un observatorio meteorológico, la temperatura y la lluvia. Por tanto no emplea el viento. Y este no falta en tierras de la Isla Esmeralda. Apenas a 1,200 kilómetros del Círculo Glaciar Ártico recibe los fríos embates de los vientos atlánticos, sin escudo protector. "Próxima parroquia, América", dicen en las islas de Arán, a la salida de la bahía de Galway, en la costa oeste. Nubes, lluvia, nieve, sol dan fe del cambiante clima oceánico, pero ni en los acantilados de Moher, ni en la Calzada de los Gigantes, ni en el anillo de Kerry ni en televisivos escenarios como el castillo de Dunluce o las hayas de Dark Edges perdemos la compañía del viento, que convierte los árboles en banderas y peina los prados irlandeses.