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¿Hacia dónde?

l fino comentarista que es Raúl del Pozo dice que aumentan los abstencionistas y los atónitos, camino de los 90 días sin gobierno por el que andamos. De momento no hay prospecciones demoscópicas en tal sentido. Las encuestas, dicen todos los analistas, van a ser decisivas en los próximos días. Las Pascuas serán de mona, longaniza y vaticinios. Un viejo amigo periodista, lúcido y sereno, se confiesa preocupado: «Porque estamos donde estamos que si no? hay tonos que recuerdan lo del 36». Los jóvenes, en cambio, se descojonan.

La economía se enfría, señalan los indicadores. Aunque vivimos en una cultura del instante que resume lo económico en una montaña rusa vertiginosa, entre el pico del pelotazo especulativo y la bajada en formato crash, la economía real es más cíclica y atemperada. Las cosas no suceden de hoy para mañana. Si esto se enfría es que la corriente favorable del petróleo barato y salarios bajos no da más. Y para cambiar la dinámica se necesita un gobierno. Para gestionar se bastan los funcionarios, pero si hay que modificar el rumbo son necesarios los políticos por más que ahora creamos que solo sirven para el cohecho.

Pero de momento no hay movimientos claros tras el brindis al sol de socialistas y ciudadanos en pos del centro político. Al contrario, lo que aparece sobre el tablero son tensiones internas en casi todas las casillas desde las que se juega a ver quién gobierna. El partido hierático popular, por ejemplo, ha empezado a estirarse tras una primera ronda de pilates: ya son varias las voces que piden la jubilación de Mariano Rajoy por más que desde el cuartel general se considere a los disonantes como desechos de tienta y sus portavoces oficiales suelten el argumentario con disciplina. Y en Podemos han empezado las dimisiones y los aspavientos de sus cuadros, casi todos de joven sangre ardiente. Iglesias y Errejón han de quererse y hacer que se quieran los suyos, que ahora descubrimos que son distintos y a veces distantes, además de conllevarse con personajes tan singulares y de potentes recursos domésticos como Beirás, Colau, Carmena u Oltra? todos/as capaces de organizar una confederación de izquierdas postespañolas „y ecopacifistas„ en un plis.

En el PSOE, mientras tanto, no hay una idea clara de hacia dónde ir, hasta el punto de que manejan escenarios que incluso rozan lo surrealista, como el retorno de Felipe González para socorrer a la nación en estado de emergencia. Ya saben que ni Rajoy ni Iglesias van a cederles nada a cambio de nada pero parecen confiar en sus tradicionales dotes para la negociación a la sindicalista, la noche en calma e insomne hasta alcanzar el alba y firmar un acuerdo al filo del desayuno con tostadas. Y tienen su congreso interno pendiente, que no es un asunto menor.

Hasta que no se muevan las placas tectónicas de la derecha y la izquierda no parece viable acuerdo alguno, y por más que se alcanzase tampoco parece tener más sentido de no mediar una actitud de templanza por parte de alguno de los extremos de cualquiera de los dos bloques. Un acuerdo de ultimísima hora, a la catalana, incluyendo en el camarote de los Marx a los bilbaínos peneuvistas, no ofrece garantías estables salvo seis meses de juerga mediática y el plan de pensiones para el tal Gobierno transitorio. Esa es la cruda realidad por mucho que les pese a las huestes de Albert Rivera, convertido en la salsa de cualquiera de las recetas pero, a la vez, el mejor ubicado para rentabilizar su equidistancia en unas elecciones repetidas en dirección al hastío.

Cuando, al fin, parecía que el país encontraba interlocutores políticos en el ámbito de la moderación resulta que perduran los extremos, alentados a un lado por la vieja guardia y al otro por la juventud frustrada ante la falta de esperanzas. A un lado el impasse de Rajoy, al otro el leninismo dépassé de Iglesias.

No se entiende que en el PP no desarrollen algún tipo de escenografía que dé sentido o imagen a un cambio de ciclo. Lo más lejos que ha llegado Rajoy es al futbolín de Bertín Osborne. No hay más madera que echar a la caldera, ni siquiera en Valencia, donde podrían ensayar una refundación a la totalidad justificada por el caos de las mordidas. Las del PP son ahora las siglas del partido paralizado. Y aburrido, incluso para los empresarios y el pequeño propietariado que siempre le había considerado su brazo político.

Y al otro extremo los abusos de teatralidad por Pablo Iglesias, ora alzado y tronante ora besucón e histriónico. Dicen que lee mucho, a Maquiavelo y a Gramsci, y alguna biografía de Robespierre, que se sepa. Y regala packs del serial Juego de tronos, un Shakespeare medieval para teenagers. Cuando se puso el esmóquin en la gala de los Goya recordaba la escena del novio alemán de la heredera de Coca-Cola al que vestía James Cagney en Un, dos, tres (1963), de Billy Wilder.

Convendría, pues, que Iglesias repasara mejor la filmografía de las leyendas de la comedia sarcástica, del propio Wilder y de su maestro Ernst Lubitsch, tan judío-alemán como Karl Marx. En uno de los pasajes de su estupenda Ninotchka, de 1939, el señorito, enamorado de la dirigente comunista rusa llega a casa e interpela a su mayordomo: «No entiendo cómo no te has hecho revolucionario?». A lo que el servicial empleado contesta: «La sola idea de repartir a medias con usted mis ahorros de toda una vida me produce vértigo».

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