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Hogueras a la diosa Palés

En esta semana, con estas curiosas fiestas, el común de los valencianos quemamos el invierno. Lo hacemos en masa, en tropel, día y noche, sin cortarnos nada en absoluto, totalmente desinhibidos. Lo hacemos bailando, cantando, de manera ruidosa, día y noche, formando tribus nómadas callejeras que deambulan sin parar buscando los oasis que la fiesta depara.

Hacemos grandes proezas, gastamos un dineral, levantamos preciosos monumentos y los exponemos triunfalmente a la admiración pública, para acabar reduciéndolos a cenizas. Es nuestra particular danza ritual del fuego en cuyo entorno nos deshacemos en voluptuosidad extrovertida como las primitivas culturas de la humanidad al llegar los equinoccios y solsticios, fiestas paganas primero, santificadas después por los gremios y la Iglesia e híbridas más tarde en un equilibrio de fuerza y de reparto de quereres.

Los historiados remontan el origen de las Fallas no más allá del XVIII, aunque hay hogueras festivas documentadas en el XVII, pero se quedan cortos. Es demasiado festero este pueblo para dejar su origen tan cerca. Hay que repasar la historia y remontarnos mucho más allá de lo arábigo, que nos llena siempre todo. Pensar en los romanos y la romanización de este pueblo, su segundo, en el tiempo, poso cultural importante.

Nos viene la costumbre, está enraizada en nuestro subconsciente histórico, de las quemas de primavera de los romanos, de las Palilias, de cuando colonizó estas tierras la esplendorosa Roma clásica. Donde plantamos ahora a nuestra Virgen, en el centro de su plaza, en la Ofrenda de Flores en Fallas, está la lápida latina que nos recuerda nuestro origen romano, nuestra fundación «ab urbe condita», a la manera de Roma.

La fiesta de la quema, de las hogueras, se hacía en honor a la diosa romana Palés, protectora de pastores y sus rebaños. Expertos consideran que Palés, fue un dios. Palés. De Palés deviene la Palilia o Parilia, rito pastoral, ceremonias de purificación a base de fuego con cuyo humo de purificaba casas y establos. Fuego producto de la quema de montones de paja, sobre cuyos restos pasaban pastores y ganado tres veces, los pastores además saltaban las hogueras, impetrando fortuna y salud, hogueras recapituladas con una gran fiesta. Hoy día también se salta con la misma intención las hogueras de los santos.

Todas las Fallas que usted ve ya plantadas, alzadas modernamente con grúas o clásicamente «al tombe» arderán esta noche, la de san José, teórico patrón del mundo fallero que el poder de la religión cristiana puso en lugar de la divinidad paganas romana, inmolando un año de lucha, sacrificio, trabajo, ilusión y emoción. Consumiendo todo para volver a empezar otra vez. En el tiempo, nuestros falleros y falleras están perpetuando la antiquísima costumbre, la inveterada tradición de reunirse en torno al fuego, a las hogueras, viendo crepitar las llamas, acariciados por el calor que producen, enormes piras de fuego que iluminan la negritud de la noche, despiden el rigor del invierno y saludan la llegada de la primavera. Quemadas todas las fallas, cumplidos todos los ritos, Valencia cesa en su revolución marcera y se aquieta, se amansa, se aletarga, deja de rugir y se allana como su mar, de nuevo vuelve hacia sus playas donde yace junto a él. Todo vuelve a su sitio, se alela y adormila.

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