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Vicente

El señor

«Su mirada se clavó aún más en la mía... Su mano en mi brazo me sirvió para no desvanecerme...» «Mi corazón se paró por unos segundos de empezar a batir a una velocidad increíble. Empecé a sudar, palidecí, mis manos temblaban...» No, no es de Cincuenta sombras de

Grey. Es Kate del Castillo, la actriz mexicana protagonista de La Reina del Sur describiendo sus contactos con el famoso Joaquín Guzmán Loera, más conocido como El Chapo Guzmán, Ya, ya. A mí estas frases también me parecen de un cursi intragable, pero supongo que es loque tiene pasarse la vida protagonizando culebrones. Y no son los únicas perlas del relato que la actriz ha publicado en la revista Proceso sobre sus encuentros con el narco. Con la intención de salir airosa de las sospechas de connivencia y negar las habladurías sobre una relación amorosa, Kate del Castillo ofrece una versión de la relación que acaba con él marchándose tras dejarla en la puerta de su dormitorio, palpitante y sudorosa, pero intacta, después de una cena en la que habrían tratado la posibilidad de llevar la vida del capo al cine.

Inicia Kate su relato rememorando un crucero a finales de 2011, viaje que, por cierto, no le gustaba porque «pensar en la posibilidad de una crisis existencial» en medio del mar la alteraba. Lo mismito que me pasa a mí cuando me voy de vacaciones. El caso es que a la vuelta del viaje pensó en su «México lindo y querido» y fue cuando publicó el famoso tuit dirigido al principal narcotraficante del mundo: «Anímese Don, sería usted el héroe de los héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo». Dado que ese posible héroe lleva más muertos encima que pelos en la cabeza, el tuit fue un escándalo. «Me sentía un pollo descabezado», narra la actriz sobre las amenazas que recibió. Mi madre no lo habría expresado mejor. El caso es que el mensaje llegó hasta el propio capo que tres años después se puso en contacto con la actriz, y ahí, al recibir un mail de los abogados de Guzmán es cuando nuestra protagonista se desborda y se le para el corazón. «Creo que de hecho, tuve un miniinfarto» dice, ataque al que debe ser proclive porque unos párrafos después asegura que le da otro miniinfarto cuando al fin se reunió en persona con el Chapo, protegida, eso sí «con mi cinturón de la Virgen de Guadalupe». En el relato, «el señor», como ella le llama, queda como un caballero de penetrante mirada que le aparta la silla y la acompaña del brazo hasta la puerta de su alcoba para retirarse luego. Vamos, un bandolero justiciero a lo Curro Jiménez en vez de un asesino sin escrúpulos más bien feete. Es la capacidad evocadora y transformadora de la literatura, aunque sea mala.

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