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El final de Los Serrano

«Habla de finales», me dijeron, y me acordé del fundido a negro de Los Soprano o de los números de Perdidos. Pero sobre todo me acordé del final de Los Serrano. Porque el final de Los Serrano nos quitó la inocencia y nos lanzó con una patada en el culo al mundo real. Junto a Los Serrano perdimos la ingenuidad y aprendimos sobre que, a veces, la vida nos decepciona. Esperábamos un final por todo lo alto y, mira por dónde, era un sueño. Un sueño con tintes de pesadilla, pero un sueño al fin y al cabo. Terminó Los Serrano y nos despedimos de una familia que ya era un poco la nuestra. Terminaron las siete temporadas y media „casi„ y nos dimos cuenta de que las series, como la vida, se meten en nuestro día a día y nos cuesta sacarlas del corazón. Como a esa familia que aún ahora se recuerda, mucho más que ese horrible final, amargo y decepcionante.

Porque en realidad, ¿qué te queda cuando algo se acaba? Lo que ha habido por el camino. Quien te ha acompañado a cada paso y te ha aguantado para que no te caigas, a quienes tú también has aguantado. Quien te ha enseñado y te ha dado palmadas en la espalda, incluso gente que se fue mucho antes de lo esperado „«¿hoy, qué?», y echaba el pulgar hacia abajo„. También quedan los desprecios y las discusiones, pero esas desaparecen como si nunca hubieran estado, porque no daña quien quiere sino quien puede. Otras cicatrices no se borran.

Terminó Los Serrano y nos dejó con la sensación agridulce de un final que no estuvo a la altura del viaje en Santa Justa. Es más que probable que ahora estéis acordándoos de otros finales y preguntándoos por qué no he hablado de ellos „«¿es que no ha visto A dos metros bajo tierra?»„, pero hoy no podía hablar de otra que no fuera Los Serrano. Porque todo termina y, como Los Serrano, también termina Serrano. Esta columna desaparecerá de vuestras páginas la semana que viene. Solo espero que quienes os acordéis de ella no penséis que fue un sueño. Gracias. A todos y por todo.

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