Ni los ingleses se saldrán de la Unión Europea ni Catalunya se independizará, porque no les interesa y saldrían perdiendo. Jean Monnet, padre de la unidad europea en su Memorias dice que la opinión pública en 1970 ya había llegado a «una tranquila madurez». Esto del vaivén británico no es nuevo. Monnet afirma que «el referéndum de junio de 1975„otra trastada inglesa„consagró una situación evidente: Gran Bretaña ya no tenía otra opción que la decadencia en solitario o la integración en un conjunto más amplio». Y añade: «en realidad era una evidencia que tenía veinticinco años de edad, pero es preciso un cuarto de siglo para borrar las ilusiones que prolongan en el alma de los pueblos las realidades muertas».

La sedición está de moda. Gran Bretaña en junio someterá a referéndum si sigue o se marcha de la Unión Europea. El año pasado Escocia consultó a los ciudadanos sobre la salida o la permanencia en el Reino Unido. Poco antes, por consulta, Quebec resolvió quedarse en Canadá y no pasó nada. En la problemática española, Catalunya mantiene la tensión sobre el proceso soberanista. La península Ibérica ya vivió la experiencia disgregadora, primero con Portugal y después con Gibraltar. Enclave estratégico integrado en la Commonwealth, otro problema. Los ingleses mantienen sus derechos territoriales disgregadores en la vecina Irlanda, que tiene una parte británica con el Ulster. Sería una aberración que, por ejemplo, la libre circulación de personas se interrumpiera de nuevo entre las dos «Irlandas». La independiente, europea y el Ulster, provincia británica. En Escocia, el Reino Unido tiene su calvario, porque los escoceses quieren pertenecer mayoritariamente a la Unión Europea. Por su «Brexit», se enfrentaría a un nuevo referéndum escocés y podría tener fronteras en la misma isla, entre los comunitarios del norte y los secesionistas europeos del sur. ¿Quién separa a quién? El balance económico es más drástico y con su aislacionismo geopolítico la «pérfida Albión» se empobrecería e iría a la recesión. Las multinacionales se replantearían sus sedes inglesas, la City londinense perdería gran parte de su negocio como corazón de las finanzas europeas y el lobby estadounidense, que incluye a la Casa Blanca, ejercerá todo su poder para evitarlo.

La Unión Europea ha entrado en un proceso que la retrotrae a la Europa de las Patrias de De Gaulle en contraposición a la Europa supranacional de los pueblos. Se comprueba que las instituciones europeas, después de la unificación alemana, cometieron un error de inspiración germánica con la precipitada incorporación de una serie de Estados miembro, la mayor parte centroeuropeos, hasta completar la actual composición a 28 países. Algunos de ellos y no únicamente los «novatos», comienzan a manifestar su inmadurez europeísta.

Ni Catalunya se independizará de España ni el Reino Unido abandonará la Unión Europea. Sobre todo por conveniencia económica. Catalunya que, merece todos los respetos como unidad nacional, no está madura para afrontar su singladura económica alejada del conjunto español. El contencioso catalán ha sido el resultado de la torpe política territorial del Estado español que confunde su obsesión centrípeta, con los intereses y preferencias del conjunto de las tierras hispanas. Es un caso de desamor por centralismo desintegrador.

Es notorio el auge de las corrientes ultraconservadoras y xenófobas. Los resultados de las recientes elecciones en los landers alemanes han infligido un duro varapalo para la socialdemocracia del SPD, menos en Renania-Palatinado y para la CDU de Ángela Merkel, que constituyen la coalición federal de gobierno. Suben los verdes en Baden-Württemberg y crecen los neonazis euroescépticos de Alternativa para Alemania (AfD) . Junto a ellos en Hungría, Polonia, Suecia, Dinamarca, Francia, Austria, Chequia, Grecia, Macedonia, Croacia, Eslovenia, Holanda o Serbia, las fuerzas ultranacionalistas reticentes con los principios europeístas recrudecen sus tesis y mejoran las expectativas.

Nos enfrentamos a un fenómeno geopolítico que acabará decidiendo si preferimos la Europa del huevo frito a la de la tortilla, tal como explicó el italiano Piero Malvesti, expresidente de la CECA. El huevo frito mantiene separada la clara de la yema sin que se confundan. Es la Europa del huevo frito. La Europa de la tortilla es aquella donde clara y yema se integran hasta formar una nueva materia donde los componentes son inidentificables. No más patrias, no más naciones y mucha más unificación política europea, que es la que ha de proporcionar potencia, dimensión, identidad, personalidad y consistencia al todo, más allá de las partes. La única forma de merecer respeto e influir en el concierto internacional. Es una mezcla de moderación política y de cultura democrática. Europa se recompone y unifica o es un proyecto fallido. Y vamos todos detrás.