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Tercios valencianos intentaron robar los restos del santo

Una guerra entre católicos y protestantes partidarios de pretendientes a la corona francesa hizo que en 1590 los Príncipes católicos solicitaran ayuda al rey de España Felipe II, quien envió varios regimientos al país galo. A Vannes, donde había muerto y fue enterrado san Vicente Ferrer, llegó un tercio de soldados valencianos que quedaron allí acantonados.

Los soldados solicitaron al Rey que pidiera al Obispo y Cabildo Catedralicio de Vannes les diera los restos del santo dominico para llevárselos a Valencia, su patria natal, por devoción a él y porque peligraban en Francia ante las constantes amenazas de los iconoclastas hugonotes. El rey, a través del Duque de Mercoeur, hizo la solicitud, a lo que los eclesiásticos le respondieron no podían acceder a ello, pues el Papa en su día había nombrado a la Catedral de Vannes depositaria de las reliquias del santo. No obstante, se ofrecían a darle alguno de los huesos del san Vicente.

Felipe II no se arredró y escribió una carta al Deán y Cabildo de Vannes, fechada el 20 de julio de 1592, insistiendo en su deseo. El 31 de mayo de 1593 se le contestó manifestándole la imposibilidad de complacerle y citaban la Bula del Papa Pio II en la que advertía que serían anatemas y condenados los que intentaran robarles las reliquias.

Los Tercios valencianos, ante la negativa a entregarlo, idearon robar el cuerpo de san Vicente Ferrer del interior de la Catedral, cuya tumba se había convertido por entonces en centro de peregrinación europea. Para ello, pensaron organizar una fiesta en la plaza de la Catedral al objeto de entretener a la gente y, mientras tanto, desplegar un operativo que secuestrase los restos del santo.

La trama fue descubierta y el proyecto fracasó, alguien avisó de lo que se urdía. El Obispo y Cabildo decidieron que el canónigo más antiguo las ocultara en lugar secreto. Puso los huesos en un arcón cerrado con tres llaves en el fondo de una armariada de la sacristía, tapados por unos ornamentos, donde permanecieron durante muchos años. Muerto el canónigo que lo sabía, pasaron al olvido.

En 1637, sería redescubierta el arca y dentro la mayor parte de los huesos de un esqueleto humano y una calavera. Cirujanos comprobaron aquellos restos y se decidió que corresponderían al santo dominico. Fueron expuestos a la veneración pública en una capilla del templo catedralicio, tras una solemne procesión general que se hizo por la ciudad, en la que la persona que avisó del atentado que pretendían perpetrar los soldados valencianos para robar las reliquias, messie Bourgeol, le cupo el honor de llevar el guión del santo en agradecimiento a su acción.

Esta procesión celebrada por primera vez el 6 de septiembre de 1637 fue instituida a perpetuidad para conmemorar el feliz hallazgo del cuerpo de san Vicente Ferrer y en acción de gracias al santo. El Obispo Sebastián de Rosmadech ordenó además que dicha jornada fuera de «colendo» en toda la Diócesis siempre y que en la capilla del santo se celebrara una solemne Misa.

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