Ha despedido usted a la mitad de su plantilla y le urge reemplazarla con mano de obra barata? ¿Desea aderezar su espacio de trabajo con humanoides que acepten jornadas laborales maratonianas y acaten todo tipo de órdenes sin protestar? En ese caso, lo que necesita es una remesa fresca de becarios, el complemento de moda para la oficina.

Esta tendencia de decoración está tan en auge que entre 2012 y 2015 el número de individuos en prácticas aumentó un 350 % según datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, la Vogue del mundo laboral. Actualmente hay unos 180.000 brincando por las empresas. Al fin y al cabo, un becario es como un cactus: puede sobrevivir abandonado en un rincón, si se te olvida regarlo no pasa nada y queda bien en cualquier mesa.

Seguramente usted se considera una persona exigente, un gourmet que no se conforma con lo primero que le caiga en el plato. Por suerte, la ingente cantidad de estudiantes y titulados en busca de una oportunidad le permitirá escoger el modelo que más se adapte a sus necesidades. El catálogo es amplio y diverso: rubio, moreno, erudito de la cultura mesopotámica, con pecas, con nivel alto de quechua hablado, experto en Photoshop, monitor de yoga€ Todos ellos funcionales, alfabetizados y equipados con las últimas prestaciones.

Si cree que el dinero es un problema, despreocúpese, el 61 % de los especímenes en prácticas no recibe ninguna aportación económica por su labor. No pagar a su becario hará que se sienta más integrado en el grupo. En realidad, es lo mejor que puede hacer, a ver si por darle 400 euros al mes los demás le consideran un privilegiado y empieza a ser marginado. Ellos cobran en conocimientos y visibilidad, así lo quiere la madre naturaleza.

De todas formas, tampoco tendría que invertir demasiado: de los becarios que reciben remuneración, únicamente un 30 % logra cubrir sus necesidades básicas con esos ingresos. Si se siente culpable por tener a gente trabajando gratis en sus instalaciones y le queda algo de calderilla en un cajón, ya sabe qué hacer.

Poner un becario en su vida le garantizará contar con un alma motivada y dispuesta a dejarse a explotar hasta que le reviente el bazo. Obviamente, querrá demostrar que es sensato y maduro, así que podrá adjudicarle responsabilidades muy por encima de lo que le corresponda. En otras palabras, ya tiene en quién delegar los marrones de los que el resto de empleados huyen. Todo por la ilusión de que, si se porta muy bien, le esperará un contrato al final del arco iris.

Además, como son jóvenes y fuertes, no necesitan dormir, por lo que pueden quedarse currando todas las horas que haga falta. Y, al no tener cargas familiares, no se ausentarán para llevar a su hijo al otorrino ni les fastidiarán la productividad con bajas de maternidad y esas mandangas (ahí tiene usted parte de culpa, a quién se le ocurre contratar a mujeres en edad de procrear, por dios).

La ventaja definitiva de recurrir a la decoración basada en becarios es que no le dará tiempo a aburrirse de sus caras. En cuanto empiece a cansarle verlos pulular por los pasillos, podrá sustituirlos por el nuevo modelo disponible en el mercado. Bueno, bonito y barato.