La gran novedad de esta etapa del capitalismo es haber regresado a la división del trabajo por cuenta ajena en dos grandes capítulos, el empleo fijo y el eventual. Siempre han existido ambas categorías pero la tendencia en el mundo occidental, desde finales de la segunda guerra mundial, era que el contrato fijo fuera el modelo laboral, que los trabajadores industriales y los administrativos tuvieran contratos indefinidos aunque cambiaran de empresa y no era deseable, y en algunos países estaba prohibido, contratarlos a destajo. El destajo, el trabajo eventual era cosa de la agricultura, actividad típicamente estacional y de algunos servicios. Tan es así que a medida que se consolidaban en el sector público los nuevos grandes servicios públicos de la educación y la sanidad, sus trabajadores tomaban el modelo de la función pública tradicional, funcionarios civiles, fuerzas armadas, el orden público y recibían una garantía de trabajo indefinido de acuerdo a condiciones fijas de ingreso, rendimiento, promoción,etc.

Se consideraba, entonces, que la seguridad en el trabajo era garantía de eficiencia y, por supuesto, de motivación individual. Los sindicatos convirtieron el empleo fijo en el «leit motif» de sus reivindicaciones, la seguridad social asentó sus previsiones y sus cálculos actuariales en el mismo y el mercado de consumo doméstico, la adquisición de vivienda, de muebles, de enseres lo tenía como base. Eso ha generado un tráfico mercantil cuyas costumbres aún persisten de modo que, por ejemplo, los bancos siguen exigiendo una nómina para darte un crédito. Pero, de pronto, el capitalismo en el que las instituciones de crédito siguen teniendo un lugar central ha decidido que le conviene tener más trabajadores inseguros, a destajo que fijos aunque se ha olvidado, de momento, de modificar sus condiciones para que los eventuales puedan también acceder a la vivienda, a los otros consumos elementales . Esto ha sido posible gracias a nuevas circunstancias como la globalización de la economía, incluyendo la de la mano de obra que emigra a donde puede mejorar su suerte y permite a los empresarios de los paises de acogida disminuir el salario y las condiciones de trabajo de los nacionales. Igualmente se debe a la llegada de nuevas tecnologias que sustituyen crecientemente hombres por máquinas y sistemas.

Los que trabajan sin seguridad en el empleo constituyen una categoría solo un poco mejor de la de los parados. Su situación no les permite plantearse, entre otras cosas, la inversión en ahorro para la vejez que es hoy tan necesaria para afrontar las diversas crisis de la disminución del Estado bienestar y, políticamente, están empezando a ser objeto de presión por los grupos que desean acabar con el capitalismo democrático tales como los diversos partidos de extrema derecha europea y organizaciones racistas que tratan de culpabilizar a los emigrantes de su situación. Si el paro es el problema principal de la Europa comunitaria, el empleo eventual no le va a la zaga. El paro y el trabajo no fijo determinan hoy la calidad de vida en las grandes ciudades en las que conviven personas con tan diferente situación laboral. Se deteriora el tejido social, aumenta la conflictividad, crece la represión. Hoy, las grandes ciudades son escenarios de desasosiego urbano, especialmente porque su población está laboralmente troceada y no tanto porque no haya, como en todas partes, ricos, clase media y pobres sino porque, salvo los muy ricos y los muy pobres, el resto está padeciendo las anomalías y las injusticias del nuevo mercado laboral.