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También en China hay cuñados

Revolucionarios pero corteses, los dirigentes del Partido Comunista Chino han ordenado amablemente a los medios de comunicación en internet que eliminen -"por favor"- cualquier referencia a los "Papeles de Panamá". Para ello, el comité central invita a periodistas y blogueros a inspeccionarse a sí mismos antes de que lo haga el Estado, lo que no deja de ser todo un detalle y una muestra de buenas maneras.

El motivo de esta llamada al orden son las listas panameñas donde aparecen familiares de ocho de los principales dirigentes de la República Popular, entre los que figura incluso un cuñado del presidente Xi Jingping, que rima con pillín.

Completan la relación todo un surtido de hijos, nietos, hermanos, yernos, nueras y demás familia de los altos jerarcas del partido, en número suficiente como para llenar un par de esquelas del periódico. Queda demostrado así que la práctica del cuñadismo es de alcance universal, aunque aquí pensáramos que se trataba de una costumbre típicamente española. La figura del cuñado, al igual que la del yerno, trasciende regímenes.

Sorprende si acaso que un régimen oficialmente comunista produzca un número de magnates lo bastante copioso como para comandar un tercio de las empresas offshore ahora descubiertas en Panamá; pero la explicación es sencilla. Deng Xiao Ping revolucionó hace ya más de dos décadas el sistema maoísta al introducir la "economía socialista de mercado" bajo el lema: "Enriquecerse es glorioso". Los chinos se tomaron al pie de la letra la consigna, hasta el punto de que hoy existen en China miles de millonarios contados en dólares.

Los herederos de Mao han tratado de mantener desde entonces un delicado equilibrio entre las teorías del socialismo científico y la práctica del capitalismo en su versión más asilvestrada. No siempre lo consiguen, naturalmente. A veces caen inevitablemente en contradicciones, como la que ahora les plantea a los gerifaltes de Pekín la sospecha de que pudieran estar guardando su dinero en Panamá a nombre de un cuñado o una nieta. Como cualquier capitalista del montón.

Los mandarines de la actual China podrían haber objetado la presencia en esas famosas listas de otros líderes del Occidente democrático, tales que el primer ministro británico David Cameron, el argentino Mauricio Macri o el islandés Sigmundur Gunnlaugsson, que ha sido el primero en dimitir por el escándalo. Eso los pondría, sin embargo, en una situación literalmente imposible, dado que el poder en un régimen comunista solo se abandona por fallecimiento -ya sea natural, ya inducido- o por el tradicional método de la purga interna. Dimitir no es una opción.

Poco dispuestos a que los purguen sus colegas más ambiciosos, los líderes de la República Popular han optado por el viejo procedimiento de silenciar al mensajero mediante la censura de cualquier noticia que aluda a los embarazosos papeles de Panamá.

Contaban ya a ese efecto con un Escudo Dorado y un Gran Cortafuegos que, al modo de la Gran Muralla, impide en teoría la entrada a China de informaciones poco gratas al régimen. Ahora han reforzado el muro cibernético con una recomendación -en términos de lo más amables- a los internautas del país, para que se abstengan de buscar en Google según qué informaciones y, mucho menos, difundirlas. Todo sea por ocultar a los cuñados y yernos, que tanto daño hacen. Aquí y en Pekín.

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