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La moda con cine entra

Lo que Hollywood diseña hoy, es lo que estarás llevando mañana», afirmaba Elsa Schiaparelli. Y le sobraba razón; fue el cine, especialmente en los años 30 del pasado siglo, el gran difusor de modas y actitudes, contribuyendo en buena medida a la evolución de los roles femeninos en el contexto social. La notable repercusión en nuestro país la pone de relieve un libro interesantísimo que acaba de publicar la Agencia Española de Cooperación Internacional. Su título: «Mujeres de cine. Ecos de Hollywood en España: 1914-1936». Es, como bien dice Isabel Coixet en su jugoso prólogo, «un ensayo bien documentado y una trama que se devora como la más apasionante de las novelas». Y afirma: «Las mujeres consiguieron conquistar pequeñas parcelas de libertad que, muchas veces, tenían su apogeo en los ochenta minutos que solían durar las películas, cuyo influyo calaba en los espectadores/as, con una fuerza que los cineastas de hoy no podemos por menos que envidiar».

Este libro singular apoya su parte gráfica en una extraordinaria colección de programas, revistas, carteles y fotogramas, reunida por un cinéfilo granadido, José Romero Sampedro (cuidadosamente conservada por su hijo), y contiene varios artículos de expertos colaboradores. El titulado precisamente «La moda con cine entra», de Inmaculada Corcho y Jesús Cano, es el que analiza el papel que la moda, a través de la pantalla, ejerció en nuestras antepasadas... que han sido, a su vez, canales transmisores de los cambios en los modos de vida, hasta hoy.

Y es que el cine no solo llegaba a las grandes urbes, sino también a las pequeñas poblaciones, ya en los años treinta. Curiosamente, las modas lanzadas por París se difundían a través de las películas que, sobre todo antes del famoso código Hays -que promulgó estrictas normas de censura en los estudios hollywoodenses-, proponían el modelo de una mujer más independiente, libre y dueña de sus actos, a la vez que elegante, activa, con el consiguiente reflejo en una indumentaria que alternaba la sofisticación con la imagen adecuada al trabajo, los deportes, la vida social. En la producción cinematográfica convivían la corrosiva Mae West y sus afiladas réplicas («Estoy soltera porque nací así. Si quisiera una familia ya me habría comprado un perro») con la suprema pareja de baile Fred Astaire-Ginger Rogers. Se filmaba a Joan Crawford vestida de Schiaparelli, y a Gloria Swanson, de Chanel. La revista «Blanco y Negro» divulgaba fotos de todas las estrellas, y la mujer fatal fraternizaba con la «chica de al lado», modosa, pero con una silueta estilizada, ágil, propia de una mujer que ya no se resignaba a ser un personaje secundario, limitado y pasivo. Lo que significó el cine en las primeras décadas del siglo XX para el cambio progresivo de la mujer española -en su aspecto y en su comportamiento- se contempla, y se disfruta, con vivo interés en este libro que se beneficia no solo de la colección Romero Sampedro, sino de los archivos del Ministerio de Educación, el Instituto Internacional Museo ABC y la colección Enrique Alegrete. «Mujeres de cine» aborda, en su ameno análisis del impacto cinematográfico, «un diálogo indiscutible de los avances hacia la plena igualdad de la mujer» (de nuevo son palabras de Isabel Coixet).

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