Las cámaras y los locutores ya merodeaban cuando llegué. El acto „presentar mi pequeño libro Populismo„ era a las 7.30 del pasado martes, en la sede de Podemos. Germán Cano, un autor bien conocido por los nietzscheanos españoles (con su libro en Pre-Textos), organizó el encuentro y nos recibió con viva cordialidad. En verdad, es difícil encontrar un filósofo tan cálido como Germán. Luego llegó Íñigo Errejón. La nube de periodistas se abalanzó sobre él. Al final quedó rodeado de alcachofas y cámaras. Se hablaba sobre la negativa del PSOE a respetar la formación de una candidatura unitaria de las fuerzas de cambio para lograr una mayoría en el Senado. La propuesta maduraba en las comunidades de la Corona de Aragón, algo que no considero un azar; y tenía a Ximo Puig como uno de sus defensores más claros. Errejón, que tiene muchos amigos en Valencia, explicaba la política inconsistente de Pedro Sánchez, que de esta forma entrega al PP una mayoría de bloqueo en la Cámara Baja. La gente de La Morada, con Lago a la cabeza, miraba distraída el remolino. Por costumbre ya saben que el chaparrón pasa pronto.

Allí se forjó una especie de mundo al revés. Los que se habían acercado al acto de presentación mostraban indiferencia hacia la prensa. Ni qué decir tiene que la prensa mostró un completo desprecio por la discusión sobre mi librito. Todo un síntoma. Errejón, Clara Serra y Cano „tres políticos importantes de Podemos„ iban a debatir sobre su ideario político en contraste con un libro crítico del populismo. Tuvieron el coraje cívico de poner las cartas sobre la mesa en una discusión viva y franca, cargada de incertidumbres, un diálogo no amañado, sino atravesado por los riesgos de un debate teórico público, vivo y apasionado. Para comprender la lógica de Podemos, ese debate me parece central. Pero los medios preferían arrancar a Íñigo unos comentarios sobre la actualidad rabiosa, dejando fuera de escena la teoría que inspira esa política. Así se crean los mundos paralelos en los que poco a poco la vida pública pierde perspectiva, intensidad, profundidad y sentido.

Llamativo fue el cambio de chip de Errejón. Cuando se diluyó la nube de los amantes del instante, nos pidió cinco minutos; luego tomó un papel y un bolígrafo y se concentró. Así nos encaminamos hacia las tres horas de conversación. Ninguno de los que abarrotaban La Morada se movió de su sitio. Hacia las diez y media de la noche se repartían las cervezas. Yo me retiré pronto, pero los ecos seguían persiguiéndome mientras me dirigía a casa. ¿Por qué tenía la sensación de haber sido útil? ¿Qué sucedió? Alguien poco benevolente con los conceptos quizá podría sentir la inclinación, un poco despectiva, de afirmar que fue un acto más bien académico. Entre la gente que estaba en La Morada había muchos universitarios jóvenes, desde luego. Pero entre esos centenares de personas había sobre todo interesados en la política. En realidad, fue un cruce de pasiones que hacía tiempo que no apreciaba tan nítido. Pasión por la inteligencia y por la política. Eso hizo que nadie se moviera del asiento. Eso me hizo feliz.

En realidad, fue un acto quizá único. No puedo identificar otro partido que esté en condiciones de destacar a sus cuadros a un debate tan franco, ni puedo pensar que otro partido tenga un conjunto tan amplio de militantes atravesado por esas dos pasiones. Desde luego, al vivirlas con suma sencillez, Errejón es un líder incuestionable de Podemos, un hombre imprescindible en el futuro político español. Lo mejor es que son legión los que van tras él. Y son buenos. A la hora de las cervezas, La Morada bullía en ecos, en discusiones. ¿Es como la transición del 78? No. Es algo mejor que aquel tiempo. Entonces la pasión teórica era mucho más intensa que la pasión política y dejaba a los jóvenes perdidos en el virtuosismo de la discusión. Nadie se sentía feliz mientras su partido no cupiese en un taxi. Eso dejó la teoría a unos y la praxis política a otros. Ahora no es así. La idea y la acción van de la mano y la siguen muchos.

La transversalidad a la que aspira Podemos tiene un punto de realismo porque la propia formación lo es. Y porque muchos, como dijo Germán, quieren hacerla todavía más trasversal de la única manera que se hacen estas cosas: dialogando con los diferentes. En la entrevista que le dedicaba el domingo un diario de Madrid, Errejón decía: «Los votantes del PP también son nuestra gente». No desde luego esa élite distante que se encastilla en el fortín de la calle Génova. Que en este ambiente se pronuncie sin pudor „confieso que yo lo siento„ la palabra patria, tiene la virtualidad de que destierra el uso de otra incompatible con ella: el odio y la furia. ¿Quién puede negarse a debatir con ellos en estas condiciones? Confieso que cuando acabó la conversación era más consciente de los puntos que me separan del modelo teórico de Podemos (Germán Cano los expuso al principio de forma nítida), pero también de las estrategias de traducción, de las posibilidades de convergencia, y sobre todo de la sensibilidad política que comparto con ellos. Para eso sirven las conversaciones: no para aproximarse mediante supuestos endebles, sino para respetar la diferencia.

Por lo demás, esas diferencias pueden obedecer en muchas ocasiones a mi lugar generacional. Es posible que lo que yo llamo republicanismo no sea sino la mirada propia de un senior de aquello que para alguien más joven es populismo. La res publica también provoca afectos, como el pueblo, aunque puede que los míos sean ya más tibios por viejos. Su gusto por las masas es contrario a mi gusto por la soledad. Yo hablo en términos de legitimidad y ellos de hegemonía; yo de construcción social de la singularidad de sujeto, y ellos de construcción comunitaria; yo de reforma constitucional, y ellos de conquistas irreversibles; yo de carisma antiautoritario, y ellos de intelectual orgánico. En suma, yo hablo de Weber y ellos de Gramsci, dos gigantes europeos. Es posible que una misma praxis política permita más de una descripción. Es posible que todavía tengamos que seguir debatiendo cuestiones como la de la fortaleza del poder ejecutivo, algo central hacia el final del debate. En realidad yo no soy partidario de debilitarlo, sino que sólo veo un ejecutivo fuerte en el seno de una división de poderes fuerte.

Tras tres horas de debate, vimos que hay dos retóricas y dos miradas para luchar por la calidad política y social de una democracia muy imperfecta, y comprobamos que debates como este ya avanzan hacia esa democracia mejor, más libre y menos estirada, que muchos deseamos. No hay otro partido capaz de debatir así, al menos no sin avergonzarse de su pasado en los últimos veinte años. Sin duda, eso se debe a que tras el 15M, del que ahora se cumplen cinco años, se han soltado las costuras de la forma dominante de entender la cultura, la universidad y la democracia. Desde décadas, en desnuda soledad, en la más lejana de las periferias, desdeñados por la cultura oficial, muchos trabajaban ya con la mirada puesta en otro horizonte cultural y político menos arrogante e impostado. No tuvieron interlocutores en aquel mundo, que parecía el mejor de los posibles. Sólo desdén. El 15M y sus consecuencias lo cambiaron todo. Ahora la plaza está ahí. Quien quiera obtener voz y respeto, que estudie, se arremangue y baje.