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"Trabajo, silencio y suerte"

Me encanta el olor a pretemporada sin expectativas triunfalistas en el Valencia. Huele a victoria, a campaña competitiva. A la base y cimientos de un proyecto tan sensato como valiente. En estos días de presagios pesimistas y fuego cruzado, me acuerdo de aquella máxima con retórica peronista de la etapa de Héctor Cúper: «Trabajo, silencio y suerte». Con ese mantra anodino, el técnico argentino llevó al valencianismo a vivir su mayo parisino.

El mismo déjà vu debe asaltar ahora a Pako Ayestarán. Formaba parte del cuerpo técnico de Rafa Benítez en la concentración de Suiza en 2003. Una feroz canícula invadía Europa y, entre chascarrillos de sofás y lámparas, no había novedad más trascendente en Nyon que la precaución de cerrar las persianas de las habitaciones a eso de las ocho de la tarde, cuando una imponente legión de arañas peludas, procedentes del lago Lemán, trepaba la fachada del hotel de concentración. Diez meses después Valencia salía a la calle para celebrar el doblete. Un hito que con los años ha acabado por convertirse en una losa melancólica, en la morfina recurrente con la que soportar el poderío europeo de Atlético de Madrid y Sevilla.

Cuando pide un cambio de comportamiento a la afición, a Layhoon Chan se le puede recordar que la grada protesta como respuesta a la catarata de decisiones frívolas promovidas por Peter Lim. El toque de atención probablemente sea, en realidad, una autocrítica pronunciada con la boca pequeña, pero autocrítica al fin y al cabo. El paso necesario desde el que volver a empezar. El signo de madurez del que ha adolecido un proyecto nacido desde el confeti y la efervescencia, esa aliada traicionera.

Esto es fútbol, y nada garantiza el éxito de las intenciones que parece plasmar el nuevo Valencia. Tampoco la cábala de mirar hacia los precedentes exitosos del pasado reciente, con los que ha empezado este alegato. Pero las premisas con las que respira este Valencia me hacen ser contenidamente optimista. Aunque incluso se pueda recelar de que sea una filosofía postiza, condicionada por la ausencia en la Champions y no tanto por la convicción, la prioridad en el club vuelve a estar en el fútbol: balón, césped, cáscaras de pipas, programa de mano, fragancia a Reflex en el vestuario... Un simple indicador, el perfil de los jugadores que han sonado en los últimos meses, ya aventura que el club de Mestalla ha dejado de ser el costoso escaparate de futbolistas mercancía impulsado alegremente por la sociedad Nuno&Mendes. No sé a ustedes, pero a mí nombres como Camacho, Sarabia, Bartra o Albiol me recuerdan a los Rufete, Curro y Mista de hace una década.

A este club se le indigestan los veranos febriles en los que se anhela fichar a Cristiano Ronaldo o Mourinho. Le van mejor las historias que empiezan con silencio y un buen puñado de arañas peludas suizas.

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