El llamamiento del cardenal Antonio Cañizares a la desobediencia de las leyes del Estado democrático que él llama despectivamente «ideología de género» ha provocado una amplia reacción de rechazo social y político por lo que tiene de inusual y de grave que un alto cargo de la jerarquía católica descalifique de ese modo decisiones emanadas de la soberanía popular.

El arzobispo de Valencia, enviado por el papa Francisco a su tierra natal desde el Vaticano, donde había alcanzado una elevada posición en el mandato de Benedicto XVI, parece haber pisado el acelerador en su escalada de pronunciamientos polémicos y desafiantes. Este protagonismo, del que ya se habían tenido noticias durante su paso por la diócesis de Toledo, reaparece con fuerza en el otoño de 2015 con su iniciativa de oración en las iglesias a favor de la unidad de España, en las semanas previas a las elecciones plebiscitarias en Cataluña, y con aquella demoledora presentación de su pensamiento sobre los refugiados que llegan a Europa huyendo de Siria e Iraq, para el cardenal un «caballo de Troya» que constituye una amenaza para la civilización occidental, y una cosecha humana en la que no todo es «trigo limpio» para el purpurado.

El arzobispo que nunca cita al pontífice argentino y selecciona siempre frases y textos de Juan Pablo II eligió precisamente una homilía en la sede del instituto que lleva el nombre del papa polaco para cargar, la semana pasada, contra lo que él llamó «el imperio gay» y el «feminismo radical destructor», conceptos que junto a la transexualidad y algunos otros componen el universo de lo que el pastor de Utiel denomina «ideología de género», considerada por el inquilino del palacio arzobispal como la principal amenaza para la familia en su sentido cristiano.

En el año que la Iglesia ha decidido dedicar a la misericordia, el cardenal valenciano parece empeñado en sembrar la discordia. Cañizares elegía la homilía en la misa del Corpus Christi, la gran fiesta de la ciudad de Valencia, para realizar su llamamiento a desobedecer «legislaciones inicuas» en las que incluye las relacionadas con el género, días después de que la Generalitat Valenciana haya anunciado que la sanidad pública asumirá las operaciones de cambio de sexo y tras varias informaciones relacionadas con nuevas identidades de género otorgadas por los registros civiles a menores que se sienten atrapados en un cuerpo que no es el suyo.

No parece haber surtido efecto la charla que, en el Vaticano, mantuvieron recientemente el papa Bergoglio y su delegado en Valencia. Aunque nada ha trascendido sobre la conversación, cabe suponer que la diplomacia más eficaz del mundo haya decidido tomar cartas en un asunto que lejos de buscar la paz en la diócesis ha empezado a provocar divisiones entre quienes comienzan a abandonar los actos litúrgicos oficiados por el cardenal, especialmente representantes políticos de izquierda y feligreses que sintonizan con ella, y quienes esperan a que finalicen sus arengas para aplaudirle de forma entusiasta, entre los que cabe citar a dirigentes del Partido Popular y Ciudadanos, además de un nada desdeñable grupo de fieles.

Las cartas que según desvela hoy Levante-EMV ha remitido el cardenal Cañizares a los principales líderes institucionales valencianos en un tono de descalificación y desafío por decisiones adoptadas en el marco de su legitimidad democrática dan una nueva dimensión a la actuación del purpurado, un salto que hace necesaria y conveniente la intervención de la Nunciatura, o del Vaticano, a la vista de que quien había de predicar la paz aviva el fuego con gasolina desde su elevado púlpito.